El tema de las palabras de la ministra sigue coleando, a pesar de que los hechos sucedieron hace casi dos semanas. El bulo de que la ministra de Igualdad justificó en público la pederastia es demasiado bueno como para dejarlo ir así como así. Ayer supimos que el Parlamento europeo había rechazado una moción del partido nazi español (apoyada por PP y Ciudadanos, cómo no) para debatir sobre este tema. Como es lógico. Las mentiras estas no suelen tener las patas muy largas fuera de las fronteras del país donde se pronuncian.
Las palabras de Montero, según transcripción de Newtral (pero podéis consultar el vídeo original si lo preferís), fueron las siguientes:
«Todos los niños, las niñas, les niñes de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren, y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento. Y esos son derechos que tienen reconocidos, y que a ustedes no les gustan».
Por supuesto, alguien que sea lo suficientemente memo puede sacar de aquí una justificación de la pederastia. Puede sacarla, en realidad, de cualquier parte. Si interpretas las palabras de la gente de forma lo bastante creativa y con la suficiente mala fe, cualquier cosa puede significar cualquier cosa, y un «Buenos días» se transforma en un «Voy a arrancarte el corazón».
Vamos a este caso concreto. La frase de la discordia es la que dice que los niños tienen derecho a que ningún adulto toque su cuerpo si ellos no quieren. Lo que hacen aquí los ofendiditos de derechas es coger esas palabras e interpretarlas a contrario. «Si Irene Montero dice que los niños tienen derecho a que ningún adulto los toque salvo que consientan, ¡es que los adultos pueden tocar a los niños si estos consienten! ¡Pero la ley dice que los niños no pueden consentir al sexo con adultos, así que este consentimiento en realidad es pederastia!» Y sobre esta bobada nos hemos tirado dos semanas discutiendo.
Gente, lógica básica. Tenemos una frase condicional que es «Si un adulto toca el cuerpo de un menor sin consentimiento, eso es violencia». Deducir de ahí que «Si un adulto toca el cuerpo de un menor con consentimiento, eso no es violencia» (y, por tanto, suponer que quien dice la frase está promoviendo comportamientos pederastas) es una falacia que se llama negación del antecedente. Que A implique B no nos permite deducir que ¬A implique ¬B. En serio, que esto se estudia en Bachillerato.
Los que sostienen esta interpretación enloquecida dicen que son palabras textuales de la ministra. Eso es mentira. Las palabras literales son las que he transcrito más arriba. Darles la vuelta es una decisión interesada y de mala fe, y leerlas fuera de todo contexto también. Porque esa es otra, que las palabras tienen un contexto. Fueron pronunciadas en un debate parlamentario, para contestar a una diputada que se estaba oponiendo a la educación sexual, en un país donde la mayoría de edad sexual está fijada en los 16 años (volveremos sobre eso más adelante), no en la barra de un bar ni en un foro de Internet de pedófilos.
Vamos a poner un ejemplo. Si Irene Montero hubiera dicho algo como «Los niños tienen derecho a ser astronautas sin que ningún adulto elija su profesión por ellos», ¿estaríamos teniendo este debate? ¿Habría alguien diciendo que la ministra quiere mandar a nuestros hijos al espacio? Bueno, puede que alguien lo dijera, pero ¿habría alguien escuchando? Lo dudo mucho, la verdad.
El problema es que a mucha gente le pone muy nerviosa que se hable de niños y de sexualidad en la misma frase. Tienen la cabeza tan podrida que las únicas interacciones que creen posibles de esos dos conceptos son sucias, pervertidas y dañinas, pero el hecho es que no es así. Primero, porque los niños no son lo que ellos creen que son y, segundo, porque los niños tienen una sexualidad que deberían poder explorar de forma segura y sin interferencias de los adultos.
Empecemos con lo de los niños. Cuando decimos «niño» nos viene a la cabeza una criatura inocente de dos a ocho años, probablemente rubia y de ojos azules. Pero el hecho es que, según los instrumentos internacionales de protección a la infancia (la misma Convención Internacional de los Derechos del Niño, por ejemplo), un niño es toda persona menor de 18 años salvo que sea mayor de edad debido a las leyes que le sean aplicable. Tan «niño» es el bebé de teta como el bigardo de 17 años más alto que yo.
Es cierto que es una expresión equívoca. Yo prefiero el término «menor de edad», que tiene menos connotaciones. La legislación española, tanto en la Ley Rhodes del año pasado como en la Ley solo sí es sí de este, prefiere el concepto más alambicado de «niños, niñas y adolescentes». Pero lo que uno tiene que entender es que, cuando se habla de niños en el contexto de educación sexual, el término abarca a toda persona que no haya cumplido los 18 años. Y más si se trata de un debate verbal en el que uno no tiene todo el tiempo que querría para pensar exactamente las palabras que va a decir, sus posibles significados y sus probables malinterpretaciones.
Una persona de 16 o 17 años sigue siendo un niño a efectos de educación sexual y protección a la infancia, aunque, según nuestro Código Penal, pueda consentir para tener relaciones sexuales de cualquier clase, incluyendo relaciones con adultos. Más aún, las personas de 15 años o menos siguen pudiendo consentir las relaciones sexuales que se realicen con personas próximas al menor por edad y desarrollo. Hay jueces que han considerado amparadas en esta norma relaciones de personas de 14 o 15 años con personas de 18 o 19. Y, por último, si hablamos de niños menores de 13 años, que claramente no pueden consentir a tener relaciones con adultos, aun así sigue siendo pertinente la referencia a estos, porque funciona con valor de futuro: su consentimiento ahora no es relevante pero lo será en pocos años y deben aprender que es central. Sobre todo porque la mayoría de las agresiones sexuales a niños las cometen adultos, no otros niños.
Y ahora, lo de la sexualidad. Si entendemos sexo como algo más amplio que «polal en xoxo» (y creo que ya vamos teniendo una edad como para no restringirlo tanto), está claro que los niños tienen sexualidad. De verdad, por mucho que se quiera forzar la realidad, los niños no son cestos ajenos a la realidad hasta que de un día para otro se transforman en personas con opiniones y deseos. Es función del sistema educativo que esos impulsos sexuales se conviertan en una vida sexual sana, basada en el consentimiento y, a ser posible, sin interferencia adulta.
Pero claro, por mucho que tanto la ley como la práctica docente establezcan que la educación sexual se adaptará a cada nivel educativo, hay algo con lo que no se puede luchar: ese lugar común derechista de que toda forma de educación sexual es pederastia encubierta. Es esta idea la que hay detrás de la polémica con las palabras de la ministra. Por eso creo que no hay que fustigarse demasiado con si sus palabras fueron adecuadas o si podría haber sido más precisa: habría saltado antes o después.
La relación de la derecha con los niños da para estudio. Los consideran, a la vez, unos seres de pureza inmaculada que hay que proteger a toda costa y una propiedad de sus padres. La defensa a ultranza del derecho a elegir la formación moral de sus hijos, el «yo decido qué les enseño a los niños, en la escuela que aprendan matemáticas», el pin parental, el «mientras no tenga 18 años yo mando» y las imágenes de padres amorosos escudando a sus hijos de rayos LGTB forman parte de la misma ensalada mental. Una derecha que, viéndose perdida en la batalla cultural, se repliega hacia las últimas posiciones que cree que puede defender: su familia y la educación de sus hijos.
En esas condiciones, no es raro que denominen pederastia a toda interferencia en esa sagrada relación de propiedad. Y así vienen bulos como los de la supuesta pizzería de los pederastas en Washington D.C., o como este de Irene Montero. Cualquiera que intente enseñarles a los niños que hay formas distintas de hacer las cosas y de que su familia no tiene la verdad absoluta (hablamos de educación sexual, pero también de temas LGTBI y últimamente lo he visto hasta con la educación nutricional) tiene que ser, necesariamente, un abusador de menores. Es decir, un pederasta.
Una última cosa: por supuesto, las terfas se han lanzado detrás del bulo sobre Montero como si este fuera el último vaso de agua del desierto. Como siempre, no esperaba nada de ellas y aun así estoy decepcionado. Que personas que aseguran ser de izquierdas compren y repitan una mentira enraizada profundamente en los postulados ideológicos de la extrema derecha, solo porque eso les sirve para cargar contra una ministra que les cae mal por razones no relacionadas, es la cumbre de la desvergüenza. Pero bueno, como digo, era lo esperable.
Nos vamos a pasar años con la
matraca de que Irene Montero promueve la pederastia, pero ni la han hecho caer
ni parece que el bulo haya calado tanto como ellos querían. Ya lo siento,
amigos fachas: os vais a tener que buscar otro.
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