sábado, 14 de mayo de 2016

Psicología del troll

Durante buena parte de la vida de este blog, he sufrido a trolls. Por trolls no me refiero a usuarios que no están de acuerdo conmigo y lo expresan de forma brusca o descortés. Por trolls quiero decir personas que tratan de molestar, que tienen como objetivo fastidiar, crispar y cabrear. Gente cuya principal forma de interacción es la molestia, que son incapaces de parar (luego volveremos sobre las causas de esto) y que se regodean en el daño que causan. Yo los he sufrido… y también he estado en su bando. En algunas épocas de mi vida me he dedicado a trollear sistemáticamente a gente por Internet. No estoy orgulloso, pero la cosa es que tener ambos puntos de vista me otorga una experiencia útil para entender cómo funciona la mente de un troll.

Lo que viene ahora es una especie de desarrollo del consejo clásico al enfrentarse a estos molestos personajillos: don’t feed the troll. Pretende ser un explicación de por qué nunca hay que alimentar a los trolls, con consejos sobre la mejor forma de lidiar con ellos sin desgastarte emocionalmente. Me animo a escribirlo porque me da pena ver a personas a las que aprecio acabar destrozadas por entrar al trapo con esta gentuza. Las cosas que voy decir proceden de mi experiencia, pero parece que ya hay algún estudio (de cuya fiabilidad no puedo responder) sobre la materia.

Supongo que la primera pregunta que debemos hacernos es cómo saber que estamos delante de un troll. Hay varios marcadores que podemos usar para detectarlo. Uno de ellos es el respeto que muestre: si insulta, si es incapaz de centrar un tema de discusión, si vuelve una y otra vez sobre lo mismo (1), si no entiende o no quiere entender lo que le decimos… muy probablemente sea un troll. Pero también puede ser un imbécil. ¿Cómo sabemos en qué caso estamos?

Si tenemos la duda podemos irnos a un segundo marcador: sus interacciones con otras personas. En Twitter es muy sencillo, porque podemos ver su perfil: si todo su TL está lleno de menciones para discutir, de insultos y/o de interacciones con personas que sabemos que son trolls, es evidente que lo es. Si no podemos aplicar ese marcador, un truco es marcar un límite: decirle que nos deje en paz, que no queremos seguir esa conversación. Si la prosigue, es un troll.

Vale, estamos delante de uno. ¿Ahora qué? ¿Qué quiere? ¿Qué desea, cuáles son sus anhelos? Sólo tiene uno: molestar. Más concretamente: quiere provocarte un daño emocional y que tú lo acuses. Lo iba a escribir con mis palabras, pero me limitaré a citar el enlace anterior, que lo dice muy bien: “Nada hace más feliz a un troll que, además de causar daño, percibir que lo ha causado”. Así pues, la mejor forma de interactuar con un troll es, si nos causa daño, aprovechar que Internet nos cubre y no mostrárselo.

¿Cómo intenta causar daño un troll? De muchas formas. Suelen ser bastante persistentes, así que van buscando puntos flacos. Lo podemos ver en los trolls machistas que acosan a feministas en las redes. Escogen a un objetivo y lo machacan durante meses, buscando cualquier información que tengan de ella para tratar de hacer daño. En un caso especialmente rastrero, uno de estos bloggers publicó las fotos de la boda de una mujer con su maltratador (2), para cuestionar que hubiera maltrato y para herir. No todos llegan a ser tan obsesivos. A veces les ves en sus interacciones pinchando sistemáticamente en todos los puntos que conocen de ti… y casi te dan lastimita.

Otra de las formas en que intentan desgastar es mediante la discusión. Discutir con un troll es un craso error. ¿Por qué? Porque para mantener un debate es necesario tener una cierta dosis de buena fe. Un troll no la tiene. No le convencerás de nada, no porque sea tonto o porque tus argumentos estén errados, sino porque no quiere ser convencido. No va a escuchar nada de lo que le digas, salvo lo mínimo necesario para detectar tus fallos argumentales o reírse de ti. Si no le dejas ningún resquicio para eso, se inventará lo que has dicho o no dejará de cambiar de tema. Lo que quiere es ganar, pero no porque te convenza sino porque te agote y acabes abandonando la discusión.

Esta clase de prácticas se sustentan en una idea: la de que tú, por las razones que sea, vas a cumplir con las reglas de un debate civilizado mientras él las destroza con un mazo. Confía quizás en tu cortesía, en tu buena fe, en tu inexperiencia o en el hecho de que no quieras “ponerte a su nivel”. Mi consejo es: rómpele los esquemas. ¿El troll quiere discutir contigo y a ti te apetece seguirle el rollo? Toma tú la iniciativa. Algunos consejos: niega lo evidente, tergiversa lo que ha dicho, di una barbaridad y atribúyesela, interpreta sus palabras de forma literal, ignórale de forma selectiva… hay mil trucos para que el gilipollas que ha venido buscando guerra salga escaldado.

Otra herramienta que puedes utilizar sin que te tiemble la mano es el bloqueo. Casi todas las plataformas online tienen un botón de ese tipo. Tus redes sociales son tuyas, las tienes porque quieres y para disfrutarlas. Si para ello tienes que bloquear, borrar o silenciar a gente… esos botones no se hicieron para coger telarañas. Insisto con este tema porque el troll tratará de hacerte sentir culpable por emplear esas herramientas, te llamará fascista, te dirá que no aceptas opiniones contrarias a las tuyas y te exigirá que dialogues con él. No caigas. Todo forma parte de la misma estrategia para buscarte las cosquillas.

La pregunta del millón es, claro está, por qué un troll hace lo que hace. Yo puedo responder por qué lo hacía yo: se trataba de un momento muy jodido de mi vida, donde necesitaba sentirme parte de algo. Trollear a gentuza por la red se convirtió en mi forma de descargar tensiones, y como lo hacía en grupo aquello me daba cierta recompensa social. En el artículo que he enlazado antes hablan de otros factores, como diversión o entretenimiento.

El hecho de no verle la cara a tu interlocutor lo facilita, por supuesto. De alguna manera gamifica el asunto e impide que veas las consecuencias reales de lo que haces. Llegar a ciertos niveles de acoso en la vida 1.0 es algo que está muy mal visto y que nadie haría, pero si es en Internet… ¡en ese caso da igual! El troll dirá que es humor, que son las consecuencias de estar en Internet y que no aguantas una broma. También es común que se autojustifique pretendiendo llevar a cabo una labor de justicia social o se escude en su libertad de expresión. No sé hasta qué punto se cree de verdad sus propias excusas: supongo que lo hace completamente, porque nadie quiere reconocerse como acosador.

En conclusión: un troll no va a parar porque se lo pidas. Al contrario, va a detectar una vulnerabilidad y va a seguir por ahí para ver qué más rasca. No entiende que lo que hace está mal y no está interesado en debatir o en aprender. No es más que una molestia, un parásito con forma humana. Y como tal, es legítimo librarse de él.



(1) Discutí una vez con un troll que me negaba la discriminación salarial. Cuando yo le pasaba estadísticas me decía “vale, sí, pero ¿conoces algún caso concreto?”, y cuando le pasaba casos me decía “casos aislados, ¿y las estadísticas?” Repitió el círculo como tres veces.

(2) Me permitiréis que no lo enlace. No le quiero regalar visitas.


¿Te ha gustado esta entrada? ¿Quieres ayudar a que este blog siga adelante? Puedes convertirte en mi mecenas en la página de Patreon de Así Habló Cicerón. A cambio podrás leer las entradas antes de que se publiquen, recibirás PDFs con recopilaciones de las mismas y otras recompensas. Si no puedes o no quieres hacer un pago mensual pero aun así sigues queriendo apoyar este proyecto, en esta misma página a la derecha tienes un botón de PayPal para que dones lo que te apetezca. ¡Muchas gracias!

8 comentarios:

  1. me cago en tu puta madre

    ResponderEliminar
  2. Había leido yo un artículo hace no mucho sobre el enfoque contrario, alimentar trolls hasta que revienten porque si no quien escribía el artículo sentía que estaba mutilando su uso de internet. A ver si consigo encontrarlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pero con ese enfoque te desgastas. Es decir, me parece bien que quien escribió ese artículo haga eso, pero yo no lo vendería como consejo. La cosa es que no te afecten los trolls, no entrar a su trapo. Aparte de que si les alimentas no se cansan salvo que tú mismo te impliques a unos niveles obsesivos.

      Eliminar
  3. yo soy un troll de cojones y he de reconocer que a veces me he cansado en ciertos sitios y no sigo comentando.

    ResponderEliminar
  4. Me ha sonado taaanto lo que has dicho. Con trol machistas siempre pasa eso de que hagan quiebros y cambien de tema, o pongan ejemplos claramente incomparables y/o absurdos.

    Yo también había oído la opción que da Alberto G., supongo que dependerá de la paciencia, el ánimo y el tiempo que tengas; muchas veces no apetece alimentar a los trol ni para reírse, así que lógico que tires del bloqueo. Nadie tiene por qué aguantar que en su espacio venga un idiota a molestar por molestar, que lo aguanten en su casa. Sobre todo, como dices, en el caso del feminismo, porque SIEMPRE repiten lo mismo y se niegan a escuchar, así que se hacen cansinos muy rápido.

    Pero igual me ha gustado mucho el consejo de romperle los esquemas. ¿No quieren jugar duro? Pues a eso puede jugar más de uno.

    Pienso compartir este artículo y aplicarlo cada vez que tenga tiempo y ganas de reírme de los trol ¡Que le den a la amabilidad y el respeto, que para merecerlos tienes que darlos primero! Total, me van a difamar de todas formas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro de que te haya gustado xD Además, te has quedado con lo más importante: los trolls rompen las reglas de forma consciente y esperan que tú te atengas a ellas. ¿Para qué vas a hacerlo?

      Eliminar