sábado, 22 de noviembre de 2014

El clan de los Romanones y la pederastia en la Iglesia

Leo con asco y estupefacción las noticias sobre el “clan de los Romanones”, la banda criminal de sacerdotes y laicos que (siempre presuntamente, no vaya a ser que me denuncien) violaron a un chaval de Granada en reiteradas ocasiones durante al menos 4 años. Parecen estar organizados y ha salido a la luz que la víctima que lo ha destapado todo, que lleva el nombre supuesto de Daniel, no es la única persona que sufrió el horror constante durante años.

¿Qué hay dentro del cráneo de los Romanones? Porque empatía no. No me cabe en la cabeza el proceso mental que culmina con “y ahora mis colegas y yo nos vamos a poner a violar niños”. ¿Dónde empieza? ¿Qué clase de carencias emocionales hay que tener para llegar hasta ese punto? No lo entiendo en absoluto y, sinceramente, espero no llegar a entenderlo nunca. Pero creo que una pista la da la pertenencia al grupo: si te pasas la vida en una cueva de ladrones sin ver el exterior es más probable que acabes robando. Es lo que ves y lo que asimilas como normal. El grupo crea un marco moral alternativo al admitido normalmente en sociedad: autoriza e incluso refuerza conductas que fuera estarían excluidas. Y lo digo con todas las letras: la jerarquía eclesiástica de la Iglesia católica fomenta la pederastia.

No se me entienda mal: no estoy diciendo que todos los curas sean pederastas. Ni siquiera que lo sean la mayoría. Ni siquiera que constituyan una minoría significativa. Porque su número me da igual. No me importa cuántos pederastas haya en el sacerdocio católico, ni cuántos de los que pueblan las cárceles por este delito tengan hábitos. Porque lo que crea la cultura del abuso infantil dentro de la jerarquía no es que haya más o menos “ovejas descarriadas”, sino la forma en que se las trata. Si impera la ley del silencio, si se desincentivan las denuncias, si lo que se busca por encima de todo es tapar un escándalo antes que castigar al culpable, en definitiva, si el sistema garantiza la impunidad del delincuente, está fomentando el delito.

Un buen ejemplo de esta actitud lo tenemos en la actuación del arzobispo de Granada, el legionario de Cristo y redomado machista Javier Martínez. Su cooperación en la investigación ha sido nula. No hablemos ya de colaborar con la Justicia de verdad, sino que hasta se ha mostrado remiso a las pesquisas del Vaticano, ha suspendido sólo a tres de los sacerdotes implicados, ha intentado liar a la víctima para proteger a varios de los denunciados, e incluso le ha echado en cara que acudiera directamente a Roma. Como decíamos, una buena muestra de la actitud típica de la jerarquía a la hora de “enfrentarse” (es un decir) a los casos de pederastia.

¿Y el papa? ¿Va a cambiar algo durante el pontificado de Bergoglio? La verdad es que soy escéptico al respecto. Su santidad se ha especializado desde el primer día en gestos teatrales y mediáticos, como son llamar dos veces a Daniel para pedirle perdón. No digo yo que eso no haya consolado a un católico como Daniel, pero ¿de verdad eso es todo? Uno diría que una política de ayuda mínimamente completa debería incluir asistencia legal y psicológica gratuita, declaraciones públicas para que otras víctimas denuncien, apoyo pleno a la Justicia (1) y, desde luego, muchas destituciones y una revisión completa de los procedimientos internos. ¿Se va a producir todo eso? ¿No? Pues no me vale.

Creo que Jorge Bergoglio tiene buena voluntad. Pero es una buena voluntad instrumental, encarada principalmente a lavarle la cara a la Iglesia católica, no a que deje de ser lo que es: un poderosísimo lobby conservador. Y es difícil ejercer según qué clase de presión si nadie te respeta, así como ganar afiliados. En mi opinión, Bergoglio quiere protagonizar una especie de vuelta a los orígenes, a una Iglesia más humilde, (algo) más abierta y más limpia, pero no por razones de justicia sino como instrumento para seguir manteniendo privilegios. No podemos olvidar que la Iglesia católica es una institución con una gran capacidad adaptativa, que ha sobrevivido 20 siglos sin soltar el poder. Francisco es, simplemente, el papa que necesita la jerarquía eclesiástica en el siglo XXI. Su misión es lampedusiana: cambiarlo todo para que nada cambie. Sinceramente, espero que no lo consiga.





(1) Si fuera posible, que no lo es porque en España los delitos sexuales son semiprivados, lo suyo sería personarse como acusación popular.




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