Leo con asco y estupefacción las noticias
sobre el “clan de los Romanones”, la banda criminal de sacerdotes y laicos que
(siempre presuntamente, no vaya a ser que me denuncien) violaron a un chaval de
Granada en reiteradas ocasiones durante al menos 4 años. Parecen estar
organizados y ha salido a la luz que la víctima que lo ha destapado todo, que
lleva el nombre supuesto de Daniel, no es la única persona que sufrió el horror
constante durante años.
¿Qué hay dentro del cráneo de los Romanones?
Porque empatía no. No me cabe en la cabeza el proceso mental que culmina con “y
ahora mis colegas y yo nos vamos a poner a violar niños”. ¿Dónde empieza? ¿Qué
clase de carencias emocionales hay que tener para llegar hasta ese punto? No lo
entiendo en absoluto y, sinceramente, espero no llegar a entenderlo nunca. Pero
creo que una pista la da la pertenencia al grupo: si te pasas la vida en una
cueva de ladrones sin ver el exterior es más probable que acabes robando. Es lo
que ves y lo que asimilas como normal. El grupo crea un marco moral alternativo
al admitido normalmente en sociedad: autoriza e incluso refuerza conductas que
fuera estarían excluidas. Y lo digo con todas las letras: la jerarquía
eclesiástica de la Iglesia católica fomenta la pederastia.
No se me entienda mal: no estoy diciendo
que todos los curas sean pederastas. Ni siquiera que lo sean la mayoría. Ni siquiera
que constituyan una minoría significativa. Porque su número me da igual. No me
importa cuántos pederastas haya en el sacerdocio católico, ni cuántos de los
que pueblan las cárceles por este delito tengan hábitos. Porque lo que crea la cultura
del abuso infantil dentro de la jerarquía no es que haya más o menos “ovejas
descarriadas”, sino la forma en que se las trata. Si impera la ley del
silencio, si se desincentivan las denuncias, si lo que se busca por encima de
todo es tapar un escándalo antes que castigar al culpable, en definitiva, si el
sistema garantiza la impunidad del delincuente, está fomentando el delito.
Un buen ejemplo de esta actitud lo
tenemos en la actuación del arzobispo de Granada, el legionario de Cristo y redomado machista Javier Martínez. Su cooperación en la investigación ha sido nula. No hablemos ya de colaborar con la Justicia de verdad, sino que hasta se ha mostrado remiso a las pesquisas del Vaticano, ha suspendido
sólo a tres de los sacerdotes implicados, ha intentado liar a la víctima para proteger a varios de los denunciados, e incluso le ha echado en cara que
acudiera directamente a Roma. Como decíamos, una buena muestra de la actitud
típica de la jerarquía a la hora de “enfrentarse” (es un decir) a los casos de
pederastia.
¿Y el papa? ¿Va a cambiar algo durante el
pontificado de Bergoglio? La verdad es que soy escéptico al respecto. Su santidad
se ha especializado desde el primer día en gestos teatrales y mediáticos, como
son llamar dos veces a Daniel para pedirle perdón. No digo yo que eso no haya
consolado a un católico como Daniel, pero ¿de verdad eso es todo? Uno diría que
una política de ayuda mínimamente completa debería incluir asistencia legal y
psicológica gratuita, declaraciones públicas para que otras víctimas denuncien,
apoyo pleno a la Justicia (1) y, desde luego, muchas destituciones y una
revisión completa de los procedimientos internos. ¿Se va a producir todo eso?
¿No? Pues no me vale.
Creo que Jorge Bergoglio tiene buena
voluntad. Pero es una buena voluntad instrumental, encarada principalmente a
lavarle la cara a la Iglesia católica, no a que deje de ser lo que es: un
poderosísimo lobby conservador. Y es difícil ejercer según qué clase de presión
si nadie te respeta, así como ganar afiliados. En mi opinión, Bergoglio quiere
protagonizar una especie de vuelta a los orígenes, a una Iglesia más humilde, (algo)
más abierta y más limpia, pero no por razones de justicia sino como instrumento
para seguir manteniendo privilegios. No podemos olvidar que la Iglesia católica
es una institución con una gran capacidad adaptativa, que ha sobrevivido 20
siglos sin soltar el poder. Francisco es, simplemente, el papa que necesita la
jerarquía eclesiástica en el siglo XXI. Su misión es lampedusiana: cambiarlo
todo para que nada cambie. Sinceramente, espero que no lo consiga.
(1) Si fuera posible, que no lo es porque
en España los delitos sexuales son semiprivados, lo suyo sería
personarse como acusación popular.
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