Esta semana la ciudad de Sevilla y su
alcalde han sido noticia. El Pleno del Ayuntamiento ha aprobado una ordenanza de basuras que, entre otras cosas, castiga fuertemente a quien busque
comida en la basura. Tipifica mucho mejor esta conducta (donde antes se hablaba
de “manipulación de basuras” ahora se refiere expresamente a la “rebusca”) y aumenta
su sanción de 300 a 750 €. La medida ha sido objeto del rechazo de PSOE e IU,
un tanto hipócrita (porque la norma de 2003 que hicieron ellos ya multaba estas
conductas) pero perfectamente comprensible.
Al fin y al cabo, ¿qué finalidad puede
haber detrás de una sanción como ésta? Sin duda no es la disuasión. ¿De qué vas
a disuadir a alguien que se muere de hambre? Para alguien que rebusca en un
contenedor, 750 € son tan inalcanzables como 30.000. Tanto valdría que la multa
fuera de un gritón de dólares: si la persona que la recibe no tiene dinero y sí
mucha hambre (como prueba el hecho de que esté en un contenedor buscando comida
desechada) le es indiferente la cuantía. Simplemente necesita comer.
Vale, entonces la nueva norma no busca
disuadir. Buscará, entonces, sancionar a los infractores para que no lo vuelvan
a hacer. Eso parece deducirse de las bravuconadas del alcalde sobre no dejar
que Sevilla “se convierta en una ciudad sin ley”. Volvemos a lo mismo (si la
multa no se paga en realidad no hay castigo) pero con un matiz: ¿en realidad merece
una sanción quien rebusca en un contenedor? Sí, es obvio que es una práctica
insalubre, pero dadas las circunstancias de quien la ejerce, ¿en serio está
justificado castigar?
En derecho penal existe una eximente
llamada “estado de necesidad”. Se aplica a los delitos que han sido cometidos
para evitar males mayores (como, por ejemplo, romper la puerta de una casa para
evitar la muerte por congelación en la montaña). Una ordenanza municipal no
contiene derecho penal y precisamente por eso no aplica esa eximente, pero ¿no
podría haberse tenido en cuenta al redactarla que quien rebusca en un
contenedor está en estado de necesidad? “Es que podría acudir a un comedor
social”, se dice. Y sí, podría… en principio. Los comedores sociales tienen
recursos limitados, y tampoco podemos olvidar que, para muchas personas, el
hecho de recibir algo por caridad es más indigno que sacarlo ellos rebuscando
entre los desperdicios.
Es cierto que, como ha dicho el alcalde, “cuando
los vecinos bajan de sus pisos no quieren encontrarse las zonas comunes ni la
calle llena de residuos”, pero probablemente al que rebusca tampoco le sea muy
agradable su tarea, ¿no? Además, ¿de verdad la molestia vecinal o los problemas
de salubridad derivados de la extracción de basura justifican una sanción? Yo
creo que no. ¿No sería mejor, si tanta capacidad tienen los comedores sociales, usar a la Policía Municipal para redirigir a la persona que rebusca a
uno de ellos? Y, si de verdad el municipio no puede hacer nada por estas
personas, ¿no podría al menos dejarlas en paz?
La sanción, además, es una losa sobre las
espaldas de quienes buscan en contenedores. Es de esperar que algunos de ellos
se recuperen con el tiempo y salgan de esa situación de pobreza extrema. Y entonces,
una vez hayan dejado los márgenes de la sociedad para poder ser considerados
personas de nuevo, ¿con qué se van a encontrar? Con una o más multas, cada una
de las cuales tiene una cuantía superior a la del salario mínimo
interprofesional. Muy bien, alcalde, muy bien. Y no: “todo el mundo lo hace”
dejó de ser una buena excusa a los 15 años.
Entonces, si imponer una sanción a la conducta de rebuscar en un contenedor no es algo que se pueda justificar atendiendo a razones de justicia ni es algo tampoco favorable a la recuperación de esas personas o políticamente conveniente, volvemos a nuestra pregunta inicial: ¿qué hay detrás de esta norma? Pues una que en realidad es muy de derechas, porque parte de enfocar la pobreza como un problema esencialmente individual. Desde esa perspectiva no molesta que haya pobres sino que estén en la calle molestando a los honrados consumidores, invadiendo su olfato y su vista con estímulos molestos. La nueva ordenanza de residuos de Sevilla manda un mensaje: “muérete de hambre pero no molestes”. Ése y no otro es su objetivo: limpiar la ciudad de escenas feas. Si para ello tiene que castigar la pobreza, pues se hace.
Quiero terminar con un vídeo que me gusta
mucho: “La bolsa de basura”, de Leo Masliah. Se trata de un monólogo de humor sobre
un hombre que va a tirar la basura y se encuentra a otro hurgando en el cubo. Lo
que me fascina es que el humor no procede en absoluto de la situación del
rebuscador sino del propio monólogo interior del hombre de clase media, ante
algo que le rompe tan totalmente los esquemas que le hace desbarrar, buscando
soluciones cada vez más absurdas para poder tirar su basura tranquilamente y
volver a su mundo. Ese hombre podría ser perfectamente Juan Ignacio Zoido.
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