martes, 27 de marzo de 2012

Sobre la "procesión" atea

Estando aún pendiente de que se resuelva el recurso y el TSJ-M nos diga si los ateos podemos o no podemos manifestarnos en Semana Santa, ando leyendo información al respecto. En uno de estos saltos que se dan por Internet he acabado en un blog, curiosamente alojado en los servidores de El Mundo, donde se justifica la manifestación atea en palabras muy claras. Obviamente, estando alojado donde está alojado, pronto han empezado los comentarios de católicos con los consabidos argumentos sobre el Islam, la falta de respeto y demás retóricas. 

Se me han hinchado un poco las narices y he escrito un largo comentario en respuesta genérica a esos argumentos y a uno de los comentaristas, que afirmaba sentirse atacado por ser católico. Pero luego ha resultado que he superado el límite de caracteres permitido, así que lo he colocado aquí. Helo:

En primer lugar, dejar clara mi posición. Soy ateo. Todas las religiones me parecen por igual una colección de leyendas más o menos interesantes con unas enseñanzas morales más o menos aceptables. Las hay más ultramontanas (Islam, como nos demuestra el reciente caso de Amina, o los evangélicos) y las hay que más o menos están domesticadas (como la católica).

Soy laicista. Pretendo que el Estado sea laico, no que lo sea la sociedad. No pretendo prohibir que los católicos se manifiesten, ni que el muecín llame a la oración ni que los hare krishna den la barrila por la calle. Si por mí fuera las manifestaciones neonazis o de la izquierda abertzale (ideas ambas de carácter extremo y con las que no comulgo en absoluto) estarían permitidas. Vivo en una democracia liberal, donde todos tenemos derecho a expresarnos. 

Ese mismo respeto lo pido para mí. Quiero poder manifestarme contra el seguidismo que tiene este Estado, tanto cuando manda el PP como el PSOE, hacia la jerarquía católica. Y quiero poder hacerlo cualquier día. Sí, incluso en Semana Santa. Los recorridos propuestos por los organizadores no coincidían, ni siquiera lejanamente, con el recorrido de ninguna procesión. Sin embargo, han prohibido la "procesión" atea atendiendo a razones genéricas de  seguridad. No han pactado otro recorrido, no han autorizado y organizado un dispositivo de seguridad: no, la primera forma de actuar de Delegación del Gobierno ha sido cercenar un derecho fundamental de forma totalmente desproporcionada. 

¿Que ese mismo día hay personas ejerciendo ese mismo derecho fundamental en otras calles? Pues bueno, ¿y? Que cada uno lo ejerza en paz y que si cualquier exaltado va a fastidiar a la otra manifestación, que se le detenga y ya está, que la Policía está para eso. Y si no, ¿qué? ¿Dónde está el límite? En los 500 metros no, desde luego. ¿En el kilómetro, en los 10 kilómetros, en el término municipal? ¿Me puedo manifestar contra los privilegios de la Iglesia en un pueblo donde no sacan Cristos a paseo y en el vecino, que es de población más meapilas, no? ¿Tiene eso algún sentido?

También se dirá que los organizadores de la procesión atea la han convocado ese día atendiendo a cálculos estratégicos para obtener una mayor visibilidad. Pues claro, ¿y? Los periódicos ejercen su libertad de expresión según y cómo para no perder anunciantes, los trabajadores ejercen su derecho de huelga cuando más daño pueden hacer, los ciudadanos alegan su derecho a la intimidad cuando tienen algo que ocultar. Son comportamientos legítimos, y manifestarse en Semana Santa contra los privilegios de la Iglesia también lo es.

Es cierto que se puede concebir como una falta de respeto, pero en una democracia el respeto sólo puede abarcar los derechos, no lo que se hace con ellos. Yo respeto el derecho de cualquiera a decir lo que quiera, pero cuando viene cualquier personaje con proyección pública y dice una barbaridad o una tontería me río de lo que ha dicho. Pasa lo mismo con la religión: que yo, como demócrata, valore la libertad religiosa no quiere decir que las religiones no me parezcan un conjunto de tonterías perniciosas para la sociedad y que parodiarlas me parezca divertido. ¿Y qué mal hago con ello? ¿Qué derechos prohíbo, limito o condiciono? Ninguno en absoluto.

Para terminar, #24 dice que tiene miedo de expresar públicamente sus creencias. Le aconsejo que deje de rodearse de indeseables, porque cualquiera que genere a otro una situación de miedo por expresar sus creencias es un indeseable. Pero usted puede sacar una valiosa lección: ahora es capaz de comprender cómo se sienten (nos sentimos) muchos ateos  al decir que no creemos en dioses, no, de verdad, en ninguno, confianza no es creencia, la ciencia no es un dios, no voy a matarte y a violarte, etc. etc. etc. 

España es una sociedad secularizada, pero EE.UU. es un horror a ese respecto: allí declararse ateo es, generalmente, firmar una sentencia de muerte civil. Dado que en los Estados occidentales ésta ha sido la norma durante siglos, ¿de verdad le sorprende que los ateos luchen (luchemos) por sus derechos a expresar sus no creencias, a reivindicar una ética laica y a tratar de arrancar al Estado de brazos de la religión? No creo que lo haga, la verdad.

A España le queda aún un paso para convertirse en una sociedad democrática, y es dejar de esperar que el Estado nos tutele ante cualquier cosa que concibamos como una falta de respeto. Burlarse de las ideas de otros es parte integrante de la libertad de expresión, y tragar con ello es un requisito necesario para la democracia. ¿Que es discutible desde el punto de vista ético? Probablemente, pero aquí no hablamos de eso: hasta que la sociedad española no deje de tener facciones que presionan al Estado para que otras facciones no puedan manifestarse por lo que creen juntos, España no será una verdadera democracia.

viernes, 23 de marzo de 2012

Ciencia, deporte y cortoplacismo

Hoy he estado hablando con una profesora. Ninguno de los dos somos científicos, sino juristas, pero ambos hemos coincidido con que la peor medida que podía haber tomado este Gobierno desde que llegó al poder es el brutal recorte en ciencia. La reforma laboral, la reforma penal anunciada por Gallardón y el resto de barbaridades que se os puedan ocurrir son consecuencia lógica de la ideología o estupidez de nuestros gobernantes, y tenemos que pechar con ello. Pero el recorte en ciencia es inexcusable: no es una cuestión de izquierdas o derechas, es una cuestión de cortedad de miras y de cortoplacismo.

Nuestros gobernantes no ven que la ciencia, aunque no dé resultados en el término de una legislatura, es lo que va a impedir que nos hundamos en la mierda cuando haya otra crisis. Y sin embargo, parece que en otras áreas sí que saben pensar a largo plazo: mi profesora me ha hablado del deporte. “Si el deporte español está tan bien ahora”, me ha dicho, “es por las ayudas y las becas ADO, que llevan funcionando desde las Olimpiadas de 1992. Si ahora se cortan esas ayudas, cuando la actual generación de deportistas pase España no volverá a destacar en deportes hasta que dentro de 40 años alguien las resucite”.

Me ha parecido curiosa la reflexión. Nunca me he parado a preguntarme (nunca me ha interesado) por qué estos años parecen acumular éxitos sin precedentes del deporte español, y no me podía imaginar que la razón fuera un programa de financiación sólido. Pero es que si uno lo piensa bien, la ciencia y el deporte son, en cierto sentido, semejantes: cuesta muchos años y mucho dinero formar tanto a un buen deportista como a un buen científico, y si personas con capacidades para llegar a ser ambas cosas no son seleccionadas, motivadas y subvencionadas a tiempo nunca podrán desarrollar su potencial. Si los deportistas españoles no tuvieran las ayudas estatales que tienen (por lo menos hasta el momento en que empiezan a ganar dinero de verdad) se irían de España en cuanto pudieran; como los científicos españoles no sólo han visto recortadas las ayudas sino también los presupuestos de sus centros de trabajo, se van de España.

El problema es que la ciencia no es deporte: del deporte de elite, los mundiales y las medallas de oro se puede prescindir; de los centros de investigación no. Sin embargo, y cuando vienen mal dadas, el político recorta en ciencia y no en deporte, y el ciudadano de a pie cuando se entera (si se entera) aplaude con las orejas o como mínimo es indiferente. ¿Por qué? ¿Acaso no entienden que la lógica es la misma, que si dejas de poner dinero luego no vale volver a inyectarlo porque hay que empezar de cero? ¿O es que a nadie le importa?

Mucho me temo que es esto último, y así nos va: en España nos vamos a quedar los abogados y los peones de la construcción.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Minas y vacunas

Supongamos que un padre decide poner a su hijo (menor de edad, pongamos que de 10 años) a trabajar en un campo de minas. El trabajo consiste en encontrar, desenterrar y desarmar minas para que dejen de ser peligrosas: por supuesto, hay altas posibilidades de que el niño acabe perdiendo una pierna, las dos o la vida.

Es muy posible que, en esas circunstancias, cualquiera de nosotros nos dirigiéramos al padre y le echáramos en cara su conducta. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos dijera algo de lo siguiente:

1)     “En realidad no hay peligro: las estadísticas demuestran que las muertes de niños por pisar una mina llevan treinta años descendiendo. Las razones no son que los padres hayan dejado de llevar a sus hijos a los campos de minas, sino que ahora los niños tienen cuerpos más fuertes por efecto de otros factores”

2)     “Hay minas por todas partes: yo conozco niños que no trabajan en ningún campo de minas y aún así han pisado minas.”

3)     “La industria del calzado quiere que saquemos a nuestros hijos de los campos de minas porque así pueden vender más zapatos. Por ello, crean el bulo de que no ir a un campo de minas es una medida efectiva contra pisar una mina.”

4)     “La industria del calzado hace que las calles estén llenas de elementos químicos peligrosos para las suelas, que cronifican la necesidad de ir a comprar zapatos o que son tóxicos por sí mismos. Prefiero exponer a mi niño a que pise una mina que a esos elementos”

5)     “No pisar una mina puede tener efectos más graves que pisarla. Un estudio publicado en Minología demostró que los niños que no trabajaban en campos de minas tenían muchas más probabilidades de ser atropellados por un autobús, pero la industria del calzado presionó para que se retirara”

6)     “Quiero que mi hijo pise alguna mina, así su cuerpo aprenderá a tratar con las explosiones. De hecho, organizo fiestas de minas con otros padres”

7)     Y el argumento supremo: “si tú quieres exponer a tus hijos a los riesgos de no meterles en un campo de minas, allá tú. Pero mi libertad me permite elegir, después de informarme, lo mejor para los míos, y eso es que se dediquen a limpiar minas.”

En el mejor de los casos, nos retiraríamos asombrados de que alguien sea capaz de exponer a sus hijos a un peligro tan grande sin ningún argumento a favor. En el peor, pediríamos la tutela del Estado para quitarle a semejante loco la guarda y custodia de sus hijos: es obvio que una persona con esas creencias no puede garantizar la seguridad de nadie.

Y sin embargo hay padres que lo hacen. Dado que en España estamos un poco faltos de campos de minas, su forma de poner estúpidamente en peligro a sus hijos es no vacunarlos. Les colocan en un campo de minas infeccioso y se congratulan por ello, dándoselas de informados y alternativos, citando el falso estudio de Wakefield y haciéndole el juego a las farmacéuticas que dicen despreciar.

Haciéndoles el juego, sí: una vacuna es muy barata de producir, por lo que una farmacéutica no gana mucho con ella. Un tratamiento completo para una enfermedad de las protegidas por una vacuna es sensiblemente más caro. Probablemente, si por las farmacéuticas fuera no se venderían vacunas sino que se le endosaría a los Gobiernos carísimos tratamientos de curación para que éstos los vendieran subvencionados. Digámoslo claro: la industria del calzado y la de las piernas ortopédicas es la misma, y le resulta mucho más rentable vender piernas ortopédicas que zapatos. Cuando la mina explota, los padres pueden felicitarse de haber frustrado las expectativas de vender zapatos de las malvadas zapateras, pero inmediatamente después comprarán piernas ortopédicas.

Nada justifica que los padres pongan a sus hijos en el campo de minas infeccioso que supone no vacunarles. Ninguno de los débiles argumentos antivacunas (autismo, Thimerosal, conspiración farmacéutica, miedo a la química...) triunfa ante el principio del interés del menor: las vacunas han demostrado probadamente su eficacia, y ninguna libertad autoriza a los padres a privar a sus hijos de ellas.