jueves, 29 de febrero de 2024

Estoy sin médico

«En estos momentos no es posible gestionar su cita. Contacte con su centro de salud». Esto es lo que me dice la aplicación de gestión de citas sanitarias de la Comunidad de Madrid cada vez que intento pedir una con mi médico de familia. Claro, contactar con el centro de salud es una odisea en sí misma, porque el teléfono que sale en la web es en realidad el de una centralita de la Comunidad de Madrid llevada por un robot muy inútil y por unos operarios muy estresados y que se enfadan bastante cuando descubren que crees que has llamado a tu centro de salud. Así que, en el momento presente, no tengo médico.

En septiembre estuve en Galicia. Me traje experiencias inolvidables, recuerdos gratos, unas cuantas fotos y una fascitis plantar cojonuda en el pie derecho. La fascia es una banda de tejido que conecta el hueso del talón con los dedos de los pies. La fascitis es su inflamación. Se trata de una afección que causa un dolor punzante cada vez que uno pisa con el pie afectado, especialmente en la parte del talón, aunque en mi caso se extendía por toda la planta. Algunas de sus causas son caminar demasiado y sobre superficies duras (ah, las bellas calles de Galicia), tener obesidad (sí soy) y usar zapatos con suelas blandas o finas (las botas de Vimes atacan de nuevo).

Durante los primeros meses pasé de ir al médico. Ya sabía lo que me iba a decir: que adelgazara, que usara zapatos mejores, que tomara Ibuprofeno, que hiciera estiramientos y que me pusiera hielo. Y todas esas cosas ya las estaba haciendo. Pero allá por diciembre, y en vista de que la cosa no mejoraba, decidí pedir cita con mi médico de cabecera. El que fuera. Porque durante todo 2023 había pedido cita en varias ocasiones, y nunca me había tocado el mismo. Pero esta vez ni cita dentro de tres semanas ni médico nuevo. «En estos momentos no es posible gestionar su cita. Contacte con su centro de salud».

Estos momentos se han extendido hasta febrero, y más que se van a extender. Porque mi centro de salud es el Vicente Soldevilla, en Vallecas. Si no estás atento a las noticias sobre la gestión sanitaria de Madrid (cosa que entiendo), te cuento que este centro de salud atiende a 30.000 personas en el barrio de San Diego, uno de los más pobres de Madrid: es el segundo barrio con menos renta media anual de la ciudad. Sin embargo, históricamente el centro de salud ha funcionado bastante bien: tenía muchos servicios, se daban citas con rapidez, los profesionales eran estables, etc.

Además, siempre fue un modelo de atención comunitaria. He encontrado un artículo de fecha tan temprana como 1993 en el que se lo utiliza como caso de estudio de organización de un centro de salud a partir de la participación ciudadana. En él se reúne la Mesa de Salud Comunitaria, una reunión de profesionales sanitarios y sociales, asociaciones y entidades vecinales. Se han hecho incluso documentales sobre la forma en que lo social y lo sanitario se entrelazaban en este consultorio.

En pandemia todo cambió. Las condiciones laborales empeoraron rápidamente. Empezaron a faltar profesionales, a no cubrirse bajas, a tensarse las relaciones entre un personal saturado y unos pacientes que dirigían su comprensible rabia a quien no procedía. Ya a finales de 2021 El País hablaba de muerte lenta del centro y de situación especialmente caótica. En noviembre de ese año, quedaban cinco de ocho médicos del turno de mañana y dos de ocho del turno de tarde (que era, por cierto, el que me atendía a mí), aunque luego metieron algún refuerzo puntual. Cada médico faltante son unos 1.700 pacientes que tienen que repartirse los demás profesionales, y llega un momento en que el reparto es imposible.

Vallecas es un barrio de lucha. Los profesionales empezaron a colgar carteles explicando la situación (carteles que la gerencia ordenó retirar por ser políticos) y se montaron manifestaciones. Pero las manifestaciones no sirvieron de gran cosa, porque la demolición de los servicios públicos no es un error ni una mala gestión: es el objetivo de nuestra presidenta autonómica. Las condiciones laborales en sanidad son cada vez peores, y estos problemas se ceban especialmente en los centros de barrios más desfavorecidos. Es lo que busca. No se la va a convencer exponiendo la discriminación que supone y los problemas a los que aboca a la población de estos barrios, porque son justo esos efectos los que quiere generar.

A finales de 2023, cuando a mí ya me saltaba el mensaje que me urgía a contactar con el centro de salud, quedaban solo dos médicos de tarde, Daniel García y Beatriz Arribas, ambos con reducción de jornada por cuidado de menores. En enero de 2024, se resolvieron solicitudes de movilidad y Arribas se fue. García, único médico que quedaba en este turno, presentó su dimisión. Por supuesto, el personal de enfermería también se está largando, porque a ver quién quiere trabajar en estas condiciones. A fecha de hoy, y de acuerdo con el último artículo enlazado, cerca de un tercio de los pacientes del Soldevilla no tenemos médico ni lo vamos a tener.

La sensación psicológica de estar sin médico es muy rara. Por suerte yo no soy una persona que necesite con frecuencia los servicios del médico de cabecera: soy relativamente joven y mi salud es buena, salvo por ciertos problemas crónicos que ya están en seguimiento por especialistas. Pero aun así me siento como si me hubieran segado la hierba bajo los pies, como si me hubieran quitado un apoyo básico que no sabía que necesitaba y ahora mi paso fuera mucho menos firme.

Los servicios públicos proporcionan un entorno seguro. Al margen de la concreta atención que presten a los casos que la necesiten, nos permiten ir por la vida sabiendo que hay ciertas prestaciones a las que podremos acceder. Siempre voy a poder ir a la sanidad, siempre podré optar aunque sea a un subsidio de desempleo o jubilación, mis hipotéticos hijos siempre tendrán plaza en la educación pública. En mejores o en peores condiciones, con más o menos masificación, pero todo eso está ahí, reduciendo la incertidumbre de nuestras vidas y permitiéndonos hacer planes. No me voy a tener que hipotecar ni depender de un crowdfunding si me detectan un cáncer.

Cuando un servicio público se corta de raíz (no es que funcione mal o de manera deficiente: es que no lo hay) ese entorno seguro se rompe. Si yo ahora mismo tengo un problema médico, solo me quedan las urgencias y rezar porque el médico que me toque no sea de esos a los que les gusta airear en redes las intimidades de sus pacientes para quejarse de un mal uso del sistema. Ya no puedo pedir una cita para que me miren esa fascitis, ese dolor inespecífico, esa tos que no acaba de irse o ese leve problema de audición. Nadie va a hacerme seguimiento y a controlar que las cosas leves no vayan a más. Me siento, de alguna manera, un poco más cerca del abismo.

Se me podría decir que estoy exagerando. «¿Y por qué no te cambias de médico?» Bueno, es factible, varios de mis amigos del barrio ya se han ido a otro ambulatorio, es hacer un trámite. Pero me jode tener que tomar esa decisión, porque es el siguiente paso en la degradación de mi centro de salud: cuando ese tercio de pacientes del Soldevilla que estamos sin profesional nos hayamos distribuido por otros consultorios, ¿para qué van a poner más médicos? Lo reformularán como centro solo de mañanas o algo así, y seguirán empeorando las condiciones. Así, poco a poco, hasta que lo cierren.

Además, tampoco es tan fácil. Una amiga que intentó hacer el cambio de centro hace poco ya tuvo problemas, porque, como es evidente, los diez mil pacientes desatendidos del Soldevilla no pueden distribuirse entre los consultorios cercanos sin provocar, a su vez, que estos colapsen. Si intentas pedir un médico cuyo cupo ya está sobrepasado, es posible que te rechacen y te cueste salir del atolladero. La siguiente opción es, directamente, buscar un centro de salud de un barrio rico al que pueda llegar con facilidad en transporte público, pero me hace más bien poca gracia.

Un paso intermedio podría ser, aprovechando mis circunstancias particulares, quedarme en el Vicente Soldevilla pero pasarme al turno de mañana. Será lo que acabe haciendo. O intentando. Porque claro, si los centros de salud cercanos al Soldevilla se están colapsando ya, ¿cómo estará el turno de mañana (al que, recordemos, le lleva faltando personal desde 2021, si bien de forma menos dramática que al de tarde)?

Así que aquí estoy. Sin médico asignado. Una situación que, la verdad, nunca pensé que pudiera darse, pero no sabemos hasta qué punto puede llegar la degradación de los servicios públicos para quienes vivimos en barrios desfavorecidos.

 


¿Te ha gustado esta entrada? ¿Quieres ayudar a que este blog siga adelante? Puedes convertirte en mi mecenas en la página de Patreon de Así Habló Cicerón. A cambio podrás leer las entradas antes de que se publiquen, recibirás PDFs con recopilaciones de las mismas y otras recompensas. Si no puedes o no quieres hacer un pago mensual pero aun así sigues queriendo apoyar este proyecto, en esta misma página a la derecha tienes un botón de PayPal para que dones lo que te apetezca. ¡Muchas gracias!

2 comentarios:

  1. Aquí otro habitante del sur de Madrid que vive y sufre lo que comentas, y que no cambiaría una coma del texto.

    Es lo que tenemos, pero por desgracia también es lo que una mayoría importante desea para sí mismos y para los demás. ¿Que no hay médico? No hay problema. Mañana todos a la pradera a pasarlo bien. Que son dos días. Preocuparse es de agoreros.

    Mala solución tiene esto. Difícil reconducir por cauces legales lo que se ha ido desmadrando a paso lento y firme desde hace décadas, con todo el peso de unos intereses económicos desbordantes. Estamos jodidos en materia de sanidad pública, de educación pública, de vivienda (ni artículo 47 ni gaitas). Y cualquier día la seguridad privada comerá terreno a policía y guardia civil.

    ¿Haremos algo? Harto improbable. Y lo saben. Por eso tensan la cuerda tanto como quieren.

    ResponderEliminar