domingo, 15 de mayo de 2022

Protocolo

El otro día fui a una boda. Cuando uno está gordo y no tiene mucho dinero, que le inviten a una boda es una auténtica movida, por emplear una expresión técnica. ¿Me cabrá la ropa de la última vez? ¿Tendré que comprar? ¿Dónde compraré ropa que me quepa (o, incluso, que me quede bien) y que no me cueste un ojo de la cara (1)? Además, aparte de haber sido siempre gordo y pobre (o, quizás, a causa de haberlo sido, aquí no rechazamos ninguna hipótesis) los códigos de vestimenta siempre me han parecido artificiosos, ridículos e innecesarios.

Igual debería haberlo pensado antes de hacerme abogado.

La cosa es que a mi alrededor hay mucha gente que, por lo que sea, parece ser fan absoluta del protocolo. Me sorprende porque son personas que, en otros ámbitos, son bastante de izquierdas y entienden los sesgos inherentes a ciertas normas de corrección. Hablo de personas que, por ejemplo, asumen que las normas de cortesía son marcadores de clase que sirven para que cierto tipo de discurso quede por encima de otros a los que se percibe como «violentos», «incívicos» o «maleducados». Y, de repente, cuando hay una boda, se convierten en mis abuelos criticando el traje de ese o el vestido de esa.

El protocolo es sesgo de clase convertido en ropa. Resulta que hay ciertos lugares a los que solo puedes acudir si tienes ropa cara, cuyos códigos debes conocer. Es decir, no solo debes gastar dinero en tener un cierto tipo de ropa especial «para las ocasiones», sino que te tiene que quedar bien (no se te ocurra llevar un traje que no te siente, que entonces das aspecto de desaliño) y tienes que entender cuándo y cómo se lleva: tal vestido es propio de una boda pero no de una comunión, con este traje puedes ir a una entrevista de trabajo pero no al Congreso a ser diputado, etc. Y luego el tema bodas, que daría para tema aparte: los hombres no pueden quitarse la chaqueta del traje, las mujeres no pueden ponerse cierto nivel de escote si la ceremonia es religiosa, tampoco pueden ir de largo si es de mañana, etc.

¿Cuáles son los lugares donde se emplea esta clase de ropa formal? Pues, qué casualidad, lugares de poder, sea político (el Congreso, el Senado), económico (la empresa a la que vas a pedir trabajo, el notario que te va a autorizar la hipoteca), judicial (un tribunal), etc. Además de eso, se supone que a todas las ceremonias importantes de la vida del individuo, desde el bautizo hasta el entierro, debe uno presentarse de punta en blanco. Que en esos lugares no pueda entrar gente vestida de todas las formas quiere decir que no puede entrar todo el mundo. Es una barrera económica y cognitiva: económica por el precio de la ropa y cognitiva porque es necesario dedicar recursos mentales a aprender una serie de reglas inútiles.

Por eso no me valen las respuestas del tipo de «¡pero si por 50 € tienes un traje!», que he escuchado más de una vez (la última, precisamente, en un vídeo sobre protocolo). Primero, porque no son verdad para todo el mundo: hay que ver cuáles son los tipos de cuerpo para los que se hace ropa formal barata. Por supuesto, si tienes un cierto sentido ético y quieres que tu traje no esté cosido por un niño de Tailandia, olvídate de los 50 €. Pero es que ya no es solo el precio: también está el tiempo de búsqueda, el aprendizaje de reglas sobre lo adecuado y lo adecuado, la angustia que puede darte todo el tema, la sensación de inadecuación al ir vestido con ropa que no te gusta (o, de forma alternativa, al ir vestido con tu ropa habitual y encontrarte con que todo el mundo ha seguido el protocolo), etc.

Sostener que vestir «bien» (nótense las comillas) es fácil porque es barato es igual de falaz que decir eso mismo sobre la alimentación. Todos entendemos que alimentarse bien no es fácil por mucho que una manzana sea más barata que un paquete de Phoskitos, y lo entendemos porque sabemos que preparar menús sanos y equilibrados para todos los días es una tarea que requiere tiempo y conocimiento. En este caso, la escala es menor (no usamos ropa formal todos los días), pero el esquema se mantiene.

¿Y todo esto por qué? ¿Por qué alguien debería gastar su tiempo y su dinero en vestirse de gala? Pues no parece que haya razones particularmente fuertes, la verdad. En general, cualquier conversación que uno tenga con un fan del protocolo acaba enseguida en un argumento circular. Hay que seguir el protocolo porque es el protocolo que se aplica y hay que seguirlo. Cualquier cuestionamiento sobre quién hizo ese protocolo o por qué es relevante seguirlo acaba en diatribas genéricas sobre lo que está «bien» y es «adecuado» o (esta es mi parte favorita), invocando el «respeto» que le debes al lugar en el que estás o a los anfitriones del acto.

Vamos a dejarlo claro de una vez por todas: el respeto y la ropa no guardan correlación directa. La banquera que te endilga unas preferentes o el jefe que te despide sin causa legal están mejor vestidos que el miembro de la asociación vecinal o que la compañera del sindicato que te aconsejan ante esos abusos. Subir al Congreso en pantalones de pana y camisa arremangada no es menos respetuoso para con los votantes y para con los demás diputados que hacerlo con traje y corbata. Y, desde luego, en una boda, respetan y aprecian a los novios tanto la invitada del mantón de Manila como la que va en vaqueros. Para empezar, si no fuera así no las habrían invitado.

Vuelvo a compararlo con el lenguaje. Tanto el registro coloquial como el culto o el vulgar pueden usarse para expresar respeto o para insultar. Tanto pueden agredir el que «pierde las formas» (otra expresión que detesto) como el que las mantiene. Las formas en el lenguaje solo indican que quien las tiene ha tenido acceso a cierto tipo de educación y que tiene un bagaje concreto, distinto de quien no las domina. Nada más.

No quiero dejar de mencionar dos cosas. La primera, que soy muy consciente que aquí hay un tema de género. El protocolo es la típica cosa que es mil veces peor para ellas que para ellos. Donde nosotros lo solventamos con un traje negro que no tiene ni por qué quedarnos bien, las mujeres necesitan vestido, complementos a juego, maquillaje, en según qué casos peluquería, opciones para cambiarse, los incómodos tacones... Un follón.

Yo eso lo entiendo, pero no creo que la solución sea igualar por arriba, sino por abajo. No todos de punta en blanco, sino todos en vaqueros. O, más bien, todo el mundo como quiera ir, que si tú te quieres currar unos ropajes estilosos y un maquillaje perfecto no voy a ser yo el que te diga que no puedes. Faltaría más, vamos.

Y lo segundo, contestar a la típica objeción de «ah, bueno, pues vamos todos en bañador, total…». En primer lugar, yo no tendría mayor inconveniente en que la gente fuera en bañador a mi boda si es eso lo que les sale. Pero, a un nivel más general, por supuesto que puedo admitir ciertas normas mínimas de protocolo. Por ejemplo, me parece razonable aconsejar que, en una boda, nadie brille más que los novios (las mujeres no van de blanco, los hombres no llevan más etiqueta que el novio), porque, al fin y al cabo, es su día. También puedo entender que, por razones culturales, se pida que en actos formales no se lleve el torso al aire o que se use ropa sin mensajes políticos. Para terminar, las exigencias de higiene personal y de limpieza de la ropa deben mantenerse incólumes. Pero ¿aparte de esos mínimos muy mínimos? Ve como quieras y como te sientas guapo y cómodo, mi rey.

Al final, las normas de protocolo están en nuestra cabeza. En la práctica, saltárselas tampoco va a hacer que nadie te diga nada, salvo casos muy concretos (2); como mucho, cuchichearán a tus espaldas, harán un hilo de Twitter o, si eres una persona de proyección pública y te has saltado el protocolo en la tribuna del Congreso, te criticarán tus adversarios. Nada más. En mi boda del otro día había un chico en camiseta y sudadera y una chica en vaqueros y chaleco y les sirvieron la misma cena que al resto de invitados.

No sé si el protocolo acabará por desaparecer. Supongo que no, porque, si es sesgo de clase convertido en ropa, no puede esfumarse mientras se mantengan las clases que lo sostienen. ¿Es este otro artículo que empieza hablando de lo que sea y termina diciendo que hay que comerse a los ricos? Pues pensaba yo que no, pero ha resultado ser que sí.

 

 

 

 

 

(1) Al final, después de mucho valorar Shein y tiendas similares, acabé encontrando ropa a un precio razonable en una tienda de mi barrio. Vivan las tiendas de barrio.

(2) Buena parte de mis miedos a saltarme el protocolo desaparecieron cuando vi que podía ejercer actividades profesionales, tanto forenses como docentes, en vaqueros.

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6 comentarios:

  1. Es curioso, yo es que lo veo más bien como una manera de que en las fotos los invitados queden homogéneos (como atrezzo) de modo que nadie destaque por ir "mal vestido" o demasiado "bien vestido" (entiéndase mejor que la pareja). Y también pienso que los unicos que pueden imponer el código de vestimenta son los novios y deben hacerlo de manera explicita... Y si el código de vestimenta es inalcanzable (en plan todos de chaqué) pues libres somos de no ir. Yo imagino que tú te refieres más a los códigos no escritos.

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    1. Pero precisamente ese es el problema, preferir que tus amigos sean atrezzo para decorar tu fantasía por encima de que estén a gusto en tu fiesta. Y sí, claro, yo soy libre de ir o no a lo que sea, pero si el código de vestimenta me parece excesivo (por las razones expuestas), también puedo criticarlo.

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  2. ¡Muy fan! Cuando mi pareja y yo nos casamos, le dijimos a todo el mundo que fuera como quisiera, y aun así el protocolo (que nosotros insistimos mucho en que no se siguiera) tuvo mucha importancia para mucha gente. Y estamos hablando de una boda no religiosa, oficiada por una amiga, en el campo, y con decoración y música de El Señor de los Anillos... Pensamos que sería obvio que los protocolos nos daban bastante igual.
    Me alegré mucho al ver que un invitado fue realmente como le apetecía y como se vestía habitualmente, pero probablemente fue el único. Aun así no faltó gente que comentara y criticara su ropa. Gente muy de izquierdas y muy "moderna". Parece que al protocolo todavía le queda vida por delante.

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    1. Si es que muchas veces los protocolos están en nuestra cabeza. Les dices "boda en el campo, con temática de ESDLA y oficiada por una amiga", se quedan con "boda" y se ponen a buscar trajes, zapatos y pamelas :(

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  3. "Vivan las tiendas de barrio."

    +100

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