viernes, 8 de noviembre de 2019

El voto de las personas incapacitadas


Este artículo está escrito a cuatro manos por Cora Fernández, médica psiquiatra, y por mí. Más en concreto, yo he escrito las partes 1 y 3 y ella la parte 2.

Introducción
Este año hay, ha habido y habrá elecciones. Lo digo así, en general. Elecciones de todos los colores y de todos los sabores: europeas, generales (dos veces), autonómicas en trece Comunidades Autónomas, a los consejos insulares baleares, a los cabildos insulares canarios y municipales. En otras palabras, no sé si por primera vez desde la restauración de la democracia en España coinciden en el mismo año (de hecho, en el lapso de unos pocos meses) todas las citas electorales que puede haber. Sí, está siendo un añito complicado, con mucha discusión y debate.

Entre todo este ruido, hay un dato que no se ha publicitado mucho: la base electoral se ha ampliado bastante. Más en concreto, miles de personas que no podían votar debido a incapacitación o enfermedad mental, han podido hacerlo debido a una reforma de la Ley Electoral que se produjo el 6 de diciembre de 2018 (1).

Nuestra Ley Electoral (LOREG), publicaba en 1985, establecía en su artículo 3 las siguientes excepciones para el ejercicio del derecho de sufragio:

1.- Personas que hayan sido condenadas a una pena que incluya la privación de este derecho.

2.- Personas incapacitadas, cuando el juez lo diga. La incapacitación es una medida por la cual un juez, entendiendo que una persona no puede manejarse por sí misma debido su salud mental, le restringe ciertas capacidades. Tiene que ser personalizada (dependiendo de la afección del sujeto le limitará el manejo de sus bienes, le impondrá un internamiento, etc.) y podía incluir privación del ejercicio de sufragio. La privación tenía que constar expresamente en la sentencia que declarara la incapacidad.

3.- Personas internadas de forma involuntaria en un hospital psiquiátrico. Este internamiento solo puede hacerse con autorización judicial y, de nuevo, la privación del derecho de sufragio debía constar expresamente.


Como digo, esta redacción es la original de 1985. Pero desde 1985 hasta aquí ha llovido mucho. Se han montado asociaciones de personas con discapacidad, con el propósito no solo de conseguir una atención sanitaria de calidad sino de luchar contra el estigma y la discriminación. Y el mensaje va calando. Ya hablamos del proyecto de reforma del artículo 49 CE, que pese a que al final no cuajó porque se disolvieron las Cortes, pretendía sustituir el enfoque asistencial de ese precepto (que hablaba incluso de “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”) por uno integral, basado en la garantía de los derechos fundamentales de las personas discapacitadas.

Claro, en este contexto ya no acaban de sentar tan bien los párrafos 2 y 3 del artículo 3 LOREG, es decir, los que se refieren a personas incapacitadas e internas. Sobre todo porque las incapacitaciones, especialmente las más antiguas, tendían a ser muy automáticas y nada finas: ¿tienes tal enfermedad? Toma, el pack completo de incapacidad, incluyendo que no puedes votar, sin apenas análisis de tus capacidades reales. Ahora los jueces tienden a personalizar más, como deberían hacer, pero aun así este precepto gustaba muy poco en las asociaciones de personas con enfermedad mental.

Al final, el asunto trascendió el nivel doméstico y llegó a la ONU. En 2011, el Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad aprobó un extenso informe sobre las cosas que había hecho España para adaptarse a la normativa internacional en esta materia. En los párrafos 47 y 48, el Comité criticaba la privación de derechos electorales de las personas incapacitadas. Afirmaba que, a la luz de los altos números y de la falta de información sobre los criterios usados por los jueces “la privación de ese derecho parece ser la regla y no la excepción”. Y recomendaba modificar la legislación para que todas las personas con discapacidad tengan derecho al voto, sin que los jueces puedan privarles del mismo.

El tema, como siempre pasa con estas cosas, entró en un limbo. En 2017, y a propuesta de, curiosamente, la Asamblea de Madrid (2), se reformó la LOREG y se eliminaron los dos últimos párrafos del artículo 3. Ahora solamente están excluidas del voto las personas condenadas a una pena de privación de sufragio: las personas incapacitadas y las internadas en un hospital pueden votar igual que cualquiera. Lo que es más, la ley permite a toda persona expresar su voto “consciente, libre y voluntariamente, cualquiera que sea su forma de comunicarlo y con los medios de apoyo que requiera”.

La reforma se ha aplicado a todas las elecciones de este año y ha tenido una cobertura informativa discreta, sobre todo al lado de las Grandes Cuestiones como “¿Acabaremos gobernados por nazis?” Sin embargo, sí se han podido ver algunas piezas informativas con discapacitados psíquicos votando. A mí la verdad es que me dejan una sensación agridulce. Es decir, bien por ellos, pero parece como si en este país solo supiéramos movernos a base de péndulos: antes, tuvieras lo que tuvieras, no podías votar; ahora, tengas lo que tengas, puedes votar.

Salud mental y derecho al voto – por Cora Fernández
Ya en 1978 decía Franco Basaglia en sus Apuntes para un análisis de la normativa en psiquiatría que la psiquiatría ha sido presentada como un abrazo mortal entre Medicina y Justicia. Aunque el abrazo se mantiene estrecho, los profesionales de la salud mental intentamos trabajar para que sea cada vez menos mortal. Ya hemos mencionado que las incapacitaciones más modernas tienden a ser parciales antes que totales e intentan conservar las “partes más sanas” de los individuos. A pesar de todo, ¿en qué supuestos se incapacita a una persona? Contemplaríamos tres grandes grupos clínicos:

  1. Discapacidad intelectual: personas con retraso mental moderado o severo. El acceso al mundo de estas personas suele ser a través de las cosas concretas, siendo muy difícil para ellas entender conceptos abstractos. En los casos más graves, incluso requieren supervisión continua.
  2. Demencias: podríamos definirlas como el grado más grave del llamado deterioro cognitivo. El deterioro cognitivo es la pérdida progresiva de funciones mentales, y en la inmensa mayoría de los casos es irreversible.
  3. Trastornos mentales graves (TMG): estarían incluidos trastornos psicóticos, el trastorno bipolar y el trastorno límite de la personalidad grave. Personas que por las características de su trastorno y de sus vivencias pierden el contacto con la realidad durante sus crisis.

En los dos primeros casos, una vez llegado un grado concreto de deterioro (3) la persona en cuestión no está capacitada para decidir sobre el mundo que le rodea y esto no tiene vuelta atrás. Es decir, no se espera evolución sobre el cuadro clínico que ha motivado esta circunstancia y, si la hubiere, sería siempre a peor y no a mejor. Por ejemplo, pensemos en una demencia moderada-grave: recuerdo un caso en concreto en el que una paciente me dijo convencidísima que iba a votar a Alianza Popular. Probablemente su memoria estuviese tan devastada que solo mantuviese recuerdos del pasado. Quizá en este caso se podría explorar la posibilidad de que alguien de confianza explicase a esta mujer el año en el que estamos y qué significaba para ella Alianza Popular en su momento para explorar su verdadera implicación política. Quizá eso no funcionase porque la mujer siguiese en sus trece.

En cambio, en el caso de las personas diagnosticadas de TMG la cosa se complica. Para empezar se trata de un grupo heterogéneo de sujetos con síntomas asimismo muy diferentes. Son enfermedades mentales cuya evolución, aunque siempre crónica, es muy variable. Cuando estas personas se encuentran estables no habría problema en que ejercieran su derecho. Entendemos que cuando uno de estos individuos ha sido incapacitado y retirado su derecho al sufragio es porque hay motivos clínicos de peso para ello; por ejemplo, porque no se consigue una estabilización clínica suficiente o porque existen delirios que condicionan que estas personas perciban la situación política de forma distorsionada. A mi juicio, como ya comentamos, debe existir una prohibición explícita del sufragio, por lo que los casos se individualizan.

En opinión de una clínica, creo que es necesario pedir esa misma individualización en los dos primeros supuestos. A ninguno nos sorprende ya ver cómo las “cuidadoras” de residencias de ancianos se llevaban a los enfermos a votar bajo su consejo. ¿Cómo garantizamos que una persona con problemas mentales esté capacitada para entender el mundo que le rodea? Creo que en estos casos debería trazarse una línea mejor definida precisamente para minimizar el riesgo de fraudes electorales. Y creo que esta línea pasa necesariamente por la individualización caso por caso.


Valoración
Entonces, ¿cómo valoramos esta reforma? Bueno. Da la sensación de que se ha hecho con la misma brocha gorda con la que estaba redactada antes, pero para el lado contrario. Y por el camino el asunto se ha complicado aún más. Porque no se ha movido el péndulo de un lado hacia el otro (lo cual ya sería criticable), sino que se ha reconocido el derecho al sufragio expresado “consciente, libre y voluntariamente”, como ya citábamos más arriba.

Y no se ha dicho nada más.

Entonces, si los jueces ya no pueden incapacitar a aquellas personas que son materialmente incapaces de entender la trascendencia del acto de votar, si las incapacitaciones previas han decaído por esta reforma legal, si ya no existe una documentación a la que las Mesas Electorales puedan acudir para salvar el problema, ¿cómo sabemos que un elector ejerce el voto de forma “consciente, libre y voluntaria”?

A ver, si está en coma la cosa está clara. Pero ¿y si solo anda raro y no se le entiende bien lo que dice? ¿Tiene una demencia o es que va borracho? Y, si ya nos ponemos a preguntarnos cosas, ¿no podríamos decir que alguien en según qué estados de embriaguez alcohólica no ejerce el voto de forma “consciente, libre y voluntaria”? ¿Puede servir esta nueva redacción para privar del derecho de sufragio a personas de forma arbitraria, en lugar de hacerlo después de un estudio reposado y con un juez detrás?

La duda principal es quién decide que un elector está consciente, es libre y vota de manera voluntaria. La Mesa o su presidente no, está claro: no tienen esa capacidad ni esa autoridad. ¿Entonces? ¿La Junta Electoral de Zona? ¿Tienen que andar sus miembros desplazándose por todo el partido judicial para revisar a cada presunto incapaz? Porque no van a decidir sin verlo personalmente. Y ¿cómo se le va a valorar?

Por suerte, la Junta Electoral Central, siempre al quite, lo ha resuelto. La autoridad que identifica que una persona tiene plena capacidad es… nadie. Así lo ha declarado en la Instrucción 5/2019. Si una Mesa tiene dudas sobre si un elector tiene o no tiene capacidad, primero admite el voto y luego hace constar las dudas sobre la capacidad en el acta de la sesión a efectos de no se sabe muy bien qué, porque al ser el voto secreto una vez metido en la urna no hay forma humana de anularlo.

Sin duda es una regulación coherente. Ni la Mesa Electoral ni la Junta Electoral de Zona tienen la capacidad de valorar la salud mental de nadie. Pero el problema es precisamente ese: que hay personas que, por desgracia, están tan desconectadas del entorno en el que viven que no pueden emitir un voto consciente, igual que no pueden manejar sus finanzas o mantener un nivel adecuado de aseo personal. Por eso antes existía la posibilidad de incapacitar. Se usaba mal, por supuesto. Quienes han salido en la prensa alegrándose de poder votar pese a su discapacidad son, que quede claro, personas que nunca tendrían que haber sido privadas de este derecho.

La solución no es hacer tabula rasa, irnos al otro lado del péndulo y permitir que cualquier desaprensivo coja a su familiar enfermo (o arrastre a una veintena de ancianos en situación de dependencia) para hacerlo votar por su opción preferida. Esa clase de cosas hay que desincentivarlas, no fomentarlas. Por eso habría que haber realizado una regulación más fina, que exigiera a los jueces especial cuidado a la hora de limitar un derecho fundamental, y quizás estableciendo un trámite simplificado para revisar las sentencias viejas.

Pero claro, eso significa dar dinero y medios a los Juzgados y a sus equipos psicosociales. Y eso requiere presupuesto. El hachazo es mucho más barato y se vende mucho mejor.




(1) Por unos pocos días no se pudo aplicar también a las elecciones andaluzas, que justo habían sido el domingo anterior, 2 de diciembre.

(2) Sí, los Parlamentos autonómicos pueden proponer leyes nacionales.

(3) En las fases más avanzadas de estos trastornos las personas necesitan ayuda incluso para comer, asearse o ir al baño.


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lunes, 4 de noviembre de 2019

#LeoAutorasOct - Mis lecturas de 2019


Pues ya hemos terminado octubre y, como es tradición, aquí vienen las reseñas de mis lecturas del mes. Esta vez vienen sin conclusiones: si alguien quiere saber mi opinión sobre el #LeoAutorasOct puede acudir a mi entrada de 2016.

1. Tarantella (Enerio Dima, 2018)
El hermano pequeño de Mattia y Domenica se muere. Solo una medicina preparada a base de veneno de un tipo concreto de araña gigante podrá salvarlo. Lo bueno es que hay una araña gigante de esa clase en el bosque cercano al pueblo donde viven ambos. Lo malo, que el bosque está cerrado por un hechizo. Mattia, un simple tejedor, consigue acceso al bosque y luego este se cierra de nuevo; Domenica, una soldado curtida, empieza a buscar la forma de rescatarlo…

Leí ya este libro en beteo, así que la lectura de su versión editada es en realidad una relectura. Y además, entró en octubre por los pelos, porque el grueso de la novela lo leí a finales de septiembre. Pero bueno, cuando se trata de reseñar señoras, cualquier excusa es buena.

Estamos ante una historia de fantasía ambientada en una Europa paralela (más en concreto, y si no interpreto mal, en una pseudo-Sicilia) que muy pronto desemboca en un conmovedor relato de amor entre un humano y una araña gigante. Como contrapunto está la carrera de Domenica para rescatar a su hermano. A mi entender el final es quizás un poco demasiado caótico, pero aun así el libro absorbe y los personajes se hacen querer.

Quizás mi favorita, por cierto, sea Domenica. La autora juega con el tropo de la mujer fuerte, porque se trata de una soldado en tiempos de paz, que se encuentra con que no sabe hacer gran cosa útil, frente al reputado tejedor que es su hermano pequeño. Interesante también el tema de la familia, cómo se basa en núcleos familiares libres, no heterosexuales y no monógamos (el vínculo se llama “familiamiento”) que ven el matrimonio como una barbarie.

2. Maldita la gracia (VV.AA., 2019)
Veinte relatos de ciencia ficción, fantasía y terror con dos elementos en común: son de humor y están escritos por mujeres. Porque las mujeres no escriben humor ni tampoco escriben ci-fi, fantasía ni terror, todos lo sabemos.

En la charla sobre límites del humor que montó la editorial Cerbero en Madrid el 19 de octubre, alguien dijo (no recuerdo si fue Israel Alonso, el editor, o Almijara Barbero o Raquel Froilán, las seleccionadoras) que Maldita la gracia estaba pensado para no gustarle por completo a nadie. Tiene veinte relatos tan variados y el humor es algo tan personal que es seguro que no te van a gustar todos.

Esto es muy cierto. Con algunos me he reído a carcajada limpia. Otros me han dejado muy frío, como si la autora no dejara de amontonar referencia sobre referencia y chiste sobre chiste con el fin de que me ría pero sin preocuparse de hilar una historia entre medias. Hay otros que apenas se han fijado en mi memoria. Y hay un cuarto grupo (por ejemplo, el notabilísimo “Elecciones”, de Marta Camperol) que no me parecieron divertidos pero sí muy buenos.

Reseño brevemente mis cinco favoritos:
  • “Formulario H-E803 para ampliación del plazo para salvar el mundo”, de Lourdes Ureña Pérez. Carmen acaba de cumplir 18 años, y según la literatura juvenil ya no puede salvar el mundo. Eso es injusto. Así que se pone a lidiar con el sistema para que amplíen el plazo. El humor sobre burocracia es el mejor humor.
  • “Curso 66”, de Ana Morán Infiesta: cuatro muertos tienen que aprender a ser fantasmas burlones. Es una clase de adultos normal, con sus idiotas y su gente maja, pero con fantasmas.
  • “La máquina de café”, de Celia Corra-Vázquez: una máquina de café cobra consciencia, empieza a despertar a otros electrodomésticos y desarrollan una religión basada en Netflix. Todo el relato está escrito en una especie de pseudocódigo.
  • “Carne”, de Lola Flawless: descacharrante y sangrienta historia sobre la relación de pareja de una wendigo comedora de carne humana. La escena final, la de la comida con el grupo de amigos de la novia de la protagonista, me hizo llorar de risa.
  • “Un cactus a la sombra”, de Eva Duncan: en medio de una protesta ciudadana, unas brujas muy superadas por los acontecimientos se ven en la necesidad de pedir ayuda. Si queréis saber más sobre el carácter mágico de Murcia y si queréis leer un relato calentito, este es el vuestro.



3. El juego de los Vor (Lois McMaster Bujold, 1990)
Miles Vorkosigan acaba de graduarse en la Academia Militar de Barrayar. A pesar de que se espera un buen destino –no en vano es hijo del primer ministro y antiguo regente del país– acaba en una base meteorológica situada en medio de la nada con el objeto de que aprenda disciplina. Tarda cero coma en liarla, por supuesto, y acaba arrestado por insubordinación. Allí le ofrecen un trato: sale limpio si consigue echar del sistema a la compañía mercenaria que creó, y que está en una posición incómoda para Barrayar.

Cuando uno lee una novela de Vorkosigan, la reacción apropiada es siempre “Miles, por favor, deja de liarla”. Aquí Miles no defrauda. Se salta todas las normas y protocolos habidos y por haber, por supuesto siempre con un buen motivo. Negocia, miente, se disfraza, le pillan, juega a tres bandas… Todo por el bien de Barrayar y del imbécil de su emperador.

¿Qué voy a decir? Cuarto libro de la saga –en narración cronológica–, segundo protagonizado por el propio Miles, y estoy dentrísimo.

4. La revolución feminista geek (Kameron Hurley, 2016)
Libro de ensayos de Kameron Hurley sobre el trabajo de escritora (“Subir de nivel”), el mundillo friki y la cultura popular (“Geek”), cuestiones personales (“En lo personal”) y la necesidad de cambiar las cosas (“Revolución”).

Kameron Hurley es una persona extremadamente peculiar. Escribe una ciencia ficción soberbia, pero muy oscura y problemática, donde suceden toda clase de barbaridades y amoralidades. Feminista, friki y muy formada, tiene además una enfermedad crónica, por lo que no puede permitirse la creencia de que EE.UU., el país donde vive, es un lugar civilizado: lo ve tal y como es. Así que un libro de ensayos suyos es, por fuerza, muy interesante. Hay análisis de la cultura pop, reflexiones sobre las dinámicas online, opinión sobre machismo y gordofobia, comentario de actualidad al hilo del asunto de los Sad Puppies… vamos, que merece la pena leerlo.

Aun así, al tomo le falta un pulido y se le nota. ¿Por qué digo esto? Porque son artículos publicados en diversos medios a lo largo de los años, que han sido recopilados para formar un libro con la adición de unos pocos textos más (son nuevos siete de 36). Muchas veces son reiterativos o contradictorios (1) o les falta cierta intertexualidad que habría sido de agradecer (2). Esto no es problema de Hurley, por cierto, sino del editor.

Por otra parte, si leéis en inglés os aconsejo comprar el libro en ese idioma y ahorraros la desastrosa traducción de Alexander Páez, el cual, a tenor de sus resultados, debe ser una especie de Google Translate de tamaño humano que no acaba de entender cuál es el trabajo por el cual le están pagando. La versión española del libro es una auténtica tortura cuajada de adjetivos antepuestos, false friends mal traducidos, frases que directamente no tienen sentido y oraciones que siguen la lógica interna del inglés pese a estar en castellano (3).


5. Destellos en la noche (Gillian Cross, 1996)
Charlie es un estudiante de instituto que también pertenece al Club de Fotografía. Una noche, al fotografiar el río de su pueblo, toma una instantánea extraña: un animal desconocido (¿una nutria? ¡Pero hace décadas que no hay nutrias en la zona!) que se sumerge en el agua. Esa foto le hará entrar en contacto con una nueva pareja de hermanos, Jennifer y Peter, en un momento en el que sobre Peter empiezan a esparcirse rumores de lo más inquietante… y sobrenatural.

Librillo juvenil noventero (tiene el precio en pesetas) que saqué de mi estantería con el objetivo de decidir si lo expurgo mediante una donación o me lo quedo. La decisión ha sido sencilla. He tardado la vida en leerlo, sobre todo si tenemos en cuenta que tiene menos de 250 páginas y letra gorda, y la razón es que es muy lento y aburrido, sobre todo al principio.

En el libro hay dos tramas interconectadas: la del animal acuático y la de Peter, el “extraño chico nuevo” al que varios alumnos del colegio (entre ellos Zoë, la prima del protagonista) hacen la vida imposible con acusaciones cada vez mayores de ser una bruja, y que además tiene una situación doméstica horrible. La segunda trama es de lejos la más interesante, con todo el colegio convirtiéndose poco a poco en una trampa mortal para Peter, su hermana y su único aliado –nuestro protagonista, Charlie– mientras la mayoría de profesores no parecen interesados en tomar cartas en el asunto.

6. La mujer del viajero en el tiempo (Audrey Niffenegger, 2003)
Henry conoce a Clare cuando él tiene 28 años y ella 20. Pero ella le conoce desde que tenía 6 años y él 38. Porque resulta que Henry viaja en el tiempo. En momentos aleatorios, en general cuando sufre de picos de estrés, desaparece del presente y aparece, desnudo, en cualquier momento del pasado o del futuro que le resulte significativo. Así que, por supuesto, después de conocer a Clare en la corriente temporal principal, de enamorarse de ella y de casarse con ella, se ha pasado años saltando a su infancia y adolescencia.

Comedia romántica intertemporal, hacia el final dramática pero en todo momento entretenida y emocionante. Fue candidata a un chorro de premios de ciencia ficción, y tengo la sensación de que si no los ganó es por su temática, porque está escrita de maravilla, los personajes son entrañables y la parte de los viajes en el tiempo se imbrica perfectamente con lo demás sin dejar una sola paradoja sin resolver.

En La nave invisible hicieron un artículo sobre la relación entre Henry y Clare, resaltando lo sincera y poco tóxica que es. Estoy en general de acuerdo. Por ejemplo, todos los momentos en que la Clare adolescente, que ya sabe que se casará con Henry de mayor, se le insinúa de forma descarada, y él la aparta porque, bueno, es una niña. O que tengan una relación sincera donde se afrontan los problemas y no se mientan. O que no dependan el uno del otro sino que cada cual tenga su trabajo. O que…

Aun así, hay cosillas por ahí de amor romántico que me han rechinado. El hecho de que Henry fuera un capullo con las mujeres antes de Clare (él mismo lo admite) y fuera conocerla a ella lo que le hace cambiar y volverse un hombre íntegro me molestó, por ejemplo. Hay alguna otra cosilla más que también me chirrió, pero no la cuento porque ya es spoiler del final. En fin, supongo que no se puede tener todo. Y sigue siendo una de las mejores relaciones de amor que he leído en ficción.

Hay película, parece ser que hubo un homenaje en un episodio de Doctor Who y van a hacer serie.

7. Catwings (Ursula K. Le Guin, 2019)
James, Telma, Roger y Harriet son gatos y tienen alas. Nadie sabe por qué es así, pero es así. Como en la ciudad no están seguros, deciden salir de allí y buscar un lugar mejor.

Estamos ante la recopilación española, en un solo tomo, de cuatro cuentos infantiles que Ursula K. Le Guin escribió entre 1988 y 1999 y que al parecer en EE.UU. se venden por separado (de ahí la fecha que he puesto en el título, que no quiere decir que sea una obra –ay– póstuma). Me lo compré porque fui a acompañar a una amiga a la presentación y no me he arrepentido. Como dijo una de las ponentes: no te va a volar la cabeza porque son cuentos infantiles, pero es Le Guin.

El libro da lo que ofrece. Las aventuras de cuatro gatos alados (a los que luego se une una quinta gata alada y un gato normal) entre el campo y la ciudad. Son cuentos cortos, perfectos para leer a niños de unos 6, 7 u 8 años. Contiene los valores típicos de Le Guin: hay pinceladas de feminismo, ecologismo, antirracismo… en las dosis que admiten unos relatos sobre atigrados voladores, claro.

La edición es estupenda. En tapa blanda pero en papel grueso, acompañada de unas ilustraciones fastuosas casi en cada página y con dibujos de gatitos alados encima de los números de página. Otra de las cosas que se destacó en la presentación, y que es verdad, es que los gatos en el texto no están “disneyzados” (hablan, sí, pero también ronronean, cazan, se amontonan, se lamen… son gatos reales) y los dibujos le hacen honor a esa naturaleza. Representan a gatos de verdad que tienen alas.

Si tenéis criaturas de la edad que digo a vuestro alrededor (prole, sobrinos, nietos…), yo lo valoraría muy en serio como regalo de Navidad o Reyes.

8. Dioses del sexo (Eva M. India, 2019)
Alejandra y su prima Raquel se van de vacaciones a un pueblecito de la costa gaditana que resulta estar más muerto que otra cosa. Enseguida recalan en un local exclusivo y misterioso, los Jardines Turcos. Se suele acceder con máscara y sobrenombre y hay zonas que uno no esperaría en un sitio de ocio nocturno, como una biblioteca donde se discute sobre literatura. Al principio parece solo un lugar peculiar, pero pronto se verán atraídas hacia los dueños, los hermanos Corel, que habitan en una misteriosa cúpula en la parte superior del lugar y acerca de los cuales hay datos y tradiciones de lo más extraño.

Saltando por perfiles de Twitter llegué al de esta autora, me llamó la atención el nombre y la sinopsis de la novela (la tenía gratis en Lektu y enlazada en el tuit fijado) y me la bajé. Volarme la cabeza es poco.

Es una novela corta, así que me la bebí en un par de viajes en tren. En Lektu está catalogada como +18, pero no hay en ella nada explícitamente pornográfico. Es más bien que toda ella está llena de sensualidad y de un erotismo que por un lado desborda y que por otro desasosiega, porque va de la mano de un misterio que el lector no alcanza a entender (aunque sí a imaginarse: el título da una buena pista) hasta los últimos compases del libro. La forma en que Alejandra y Raquel van separándose de sus relaciones mundanas para quedar hechizadas por los habitantes de la Cúpula es perturbadora pero fascinante.

9. La dama desaparece (Ethel Lina White, 1936)
Iris es una joven heredera inútil y bulliciosa que ha estado con sus amigos de vacaciones en Centroeuropa. Allí se separa de ellos y vuelve a casa sola. Como no conoce el idioma local, se pega a una institutriz, la señora Froy, que también va de camino a Londres. En un momento dado, Iris se duerme y cuando despierta la señora Froy ya no está. Más aún: nadie del tren la ha visto. Iris tendrá que iniciar una investigación contrarreloj luchando contra todo un pasaje que la trata de loca.

Estamos ante una desasosegante novela de misterio y suspense, que de hecho fue adaptada a cine en su momento por Alfred Hitchcock. Una mujer desaparecida y una joven a la que todo el mundo le dice que ella no existe. ¿Le están haciendo luz de gas o es cierto que, como le dio una insolación antes de subir al tren, luego tuvo alucinaciones para escapar de un entorno hostil en el que no controlaba nada de su propio viaje? ¿Se ha inventado Iris a una señora competente para suplir su propia inutilidad?

Por suerte, el narrador pronto se pone de nuestra parte y nos muestra a los padres de la señora Froy esperándola ansiosos en Londres. Entonces la novela se vuelve aún más angustiosa y opresiva, ya que si no habías empatizado con la joven cabezahueca seguro que sí lo haces con los padres ancianos que preparan la comida favorita de su niña y con el perro que ladra cada vez que oye pasar un tren por si de él baja su ama. Además, entonces, cuando ya sabes que a la protagonista le están haciendo luz de gas, surge la siguiente pregunta: ¿por qué se la hacen? ¿Por qué hay todo un tren conchabado para esto?

La motivación de los personajes centroeuropeos no la desvelaré; solo diré que es la que mueve la novela y tiene cierto rollito xenófobo muy de ingleses de 1936. Pero lo flipante son los británicos que también viajan en el tren, que conocen a Iris del hotel, y cuyos motivos son, en esencia, “esta joven me cae mal y además no me quiero meter en problemas ajenos que ya bastante tengo con lo mío”. Es eso, esa profundidad psicológica en todos los personajes, lo que te tiene pegado a la novela, ya que el misterio en sí (dónde está la señora Froy y por qué ha desaparecido) es obvio enseguida.

Sin duda una lectura recomendable si quieres una novela de misterio clásica que se salga un poco del esquema de asesinato-detective-solución.

10. Señoras que se empotraron hace mucho (Cristina Domenech, 2019)
Cortas biografías de mujeres sáficas, desde el siglo XVII hasta el XX, muy documentadas y escritas con mucha gracia.

Hasta donde yo sé, este libro es algo que le ha venido sobrevenido a la autora. Ella hace su tesis sobre mujeres que amaron a otras mujeres en la historia, y un día decidió publicar la biografía de una de ellas en Twitter, en forma de hilo, con el hashtag #SeñorasQueSeEmpotraronHaceMucho. Gustó, hizo de otra, de otra, de otra y ahora ha sacado libro. Muchos de los capítulos son, si no recuerdo mal, los hilos originales, aunque con más información, notas al pie (4) y diversas reformulaciones. Otros imagino que son nuevos.

El libro ha tenido éxito. Éxito nivel “salió hace menos de un mes y vamos por segunda edición”. Nivel “yo lo compré el sábado 19 de octubre, el librero me dijo que teóricamente salía a la venta ese jueves pero que el martes ya había vendido varios". Y nivel "yo me llevé el undécimo y último ejemplar que tenía en la librería y estaba ya inencontrable”. Es comprensible. Es ameno, es divertidísimo –me he reído a carcajadas en el transporte público–, está muy documentado y habla de un tema del cual andamos faltos de información a nivel divulgativo.

Lo único, yo le habría bajado el nivel de coloquialismo en algunos casos, pero eso ya es preferencia personal mía. Si os interesan las señoras sáficas, echadle un ojo a este libro que vais a aprender y os vais a divertir. ¿Qué más queréis?


11. Caminar sobre las aguas (Alicia Carrillo Rivas, 2019)
Poemario ganador del XXIII Certamen de Letras Hispánicas Rafael de Cózar en su modalidad de poesía.

No suelo leer poesía. Tengo la misma sensibilidad poética que una piedra especialmente abstrusa. Pero mi gran amiga Alicia ganó este certamen y me envió una copia de su libro. Ella no esperaba que lo leyera (los sacrificios que uno hace por los amigos tienen un límite) y yo iba a leerlo pero no esperaba que mi reacción fuera más allá de “mu gonitos los versos, Al”.

Acabé llorando.

Muchos de los poemas me resonaron. Resonaron a la forma en que afronto mi vida o mis problemas. Resonaron a la forma en que enfoco mi vida sentimental. Igual es porque la autora y yo nos conocemos desde hace más de diez años y claro, hemos madurado juntos en muchos aspectos. O igual es porque escribe de la hostia. Pero releo y releo algunos de ellos para seguir exprimiéndolos.

12. Moriré besando a Simon Snow (Rainbow Rowell, 2015)
Simon Snow es adolescente, es británico y es mago. Ah, y es el Elegido. El problema es que a pesar de llevar ocho años en la escuela de magia, es incapaz de controlar sus poderes, que le vienen en plan estallido cuando menos los necesita. Por si eso fuera poco, es el primer mago que entra a la escuela procedente de una familia de Normales, y lleva ocho cursos compartiendo habitación con Baz, un vampiro de las Familias Antiguas que quiere matarlo.

Todos los elementos de este libro nos suenan. El mago adolescente que ha sido elegido por una profecía. Su grupillo de amigos. Su enemigo mortal en la escuela. La susodicha escuela, con su horario y su calendario y sus tradiciones y sus dinámicas. Los profesores. El director, que a la vez es un líder fuera del colegio, cabeza de su propio grupo paramilitar y peor persona de lo que parece al principio. La subdirectora, dura pero justa y a veces compasiva. Las familias antiguas, que odian la deriva del mundo mágico. La ocultación hacia los mortales.

“Pero Vimes, ¿es que te has leído un fanfic de Harry Potter?”, me diréis. Sí. Y ahí está la gracia. Al parecer, la autora tiene otra novela, Fangirl. Y la protagonista de Fangirl escribe un fanfic llamado Moriré besando a Simon Snow (en inglés Carry On). Así que a la autora le dio por escribir de verdad ese libro. Ahí empieza el juego literario, pero no acaba. Porque Moriré besando a Simon Snow es el octavo libro de una saga que no tiene siete libros previos. El protagonista está en su último curso y se hace referencia a toda una serie de aventuras que han sucedido en libros anteriores (“el año en el que Baz intentó quitarme la voz”, “cuando nos enfrentamos a la quimera”) y que se supone que el lector ya conoce… salvo por el hecho de que esos libros no existen. A mí estas cosas me flipan.

Además, Rowell es una autora mucho menos rancia que Rowling y escribe en una época en la cual los fallos de Harry Potter se nos han hecho evidentes a todos. Los magos tienen coches y móviles porque facilitan la vida. Hay personajes LGTB. Se subraya hasta qué punto es tonto el protagonista y está allí por carambola (5).

Aún no me lo he terminado (llevo, de hecho, como un 30%), pero está siendo sido un gran cierre para el mes.





(1) En uno de ellos dice que recibió una carta de rechazo de “no recuerdo qué revista” que le hizo echarse a llorar en el suelo de la cocina. Tres ensayos más adelante sí recuerda el nombre de la revista. Esa clase de cosas.

(2) Cuando habla de otros artículos que ha publicado y que también están en la recopilación, en vez de un paréntesis que diga “Ver XXX, en la página Y de este volumen” hay una nota al final que contiene una dirección URL con el artículo original. Algo, por cierto, muy útil si lees en papel.

(3) No me resisto a contar un caso: en la página 96 traduce una referencia a los niños perdidos (“lost boys”) de Peter Pan como “jóvenes ocultos”, en cursiva y con mayúscula, como si se tratara de un título. Resulta que la película “Lost boys” en español fue distribuida como “Jóvenes ocultos”. Dejo a cada cual la interpretación de cómo se llegó a semejante metida de gamba.

(4) De hecho, las notas van al lado, en plan llamada de atención, en una decisión de diseño que me parece muy cuqui.

(5) Impagable el momento en el que su novia corta con él. “No, no me he enamorado de Baz, es que estoy harto de ser la novia del Elegido, la que espera al Elegido, el telón de fondo de la historia del Elegido”. Reacción de Simon: “Seguro que está con Baz. ¡O que Baz la ha hechizado!”



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