martes, 14 de noviembre de 2017

Mi barrio

Normalmente no hablo de mi vida. Considero que no le importa a nadie: en este blog analizo cuestiones jurídicas y políticas con el mayor rigor que puedo, así que la cuestión de mi identidad es irrelevante. ¡Si incluso escribo bajo pseudónimo! Pero últimamente quería traer algo que me afecta en persona, en mi día a día, y que además me produce conflicto. Así que vamos a hablar un poco de mi barrio.

Mi barrio es San Diego, en el distrito madrileño de Puente de Vallecas. Para quien no lo sepa, Vallecas es el nombre colectivo que reciben dos distritos del sur de Madrid con fuerte tradición de presencia obrera, de inmigración y de combatividad social. Es una zona situada al sur de la ciudad y es de las más castigadas por la crisis: según datos de abril, Puente de Vallecas es el distrito con menor renta per cápita de Madrid y un 63,7% de los parados que lo habitan carece de prestación. El barrio de San Diego propiamente dicho obtuvo 32,5 puntos de un máximo de 35 en un índice de necesidades de reequilibrio territorial que elaboró el Ayuntamiento.

En este contexto, la llegada de droga al barrio ha sentado como un mazazo.

El término “llegada” es, por supuesto, relativo. Los ’80 vinieron y pasaron, y Vallecas siempre ha sido zona obrera, pobre y olvidada por la Administración, por lo que la heroína se expandió como el fuego. Pero desde entonces el barrio se había normalizado y era un lugar agradable para vivir y no demasiado conflictivo. Había comercio, se podía ir con tranquilidad por la calle y, aunque falta inversión por un tubo, a veces se hacía algo de obra pública.

Hace un par de años la cosa empezó a cambiar. La presión policial sobre los clanes de la droga de la Cañada Real y los planes urbanísticos que hay por esa zona provocaron que los camellos se movieran de sitio. Uno de los destinos elegidos fue, precisamente, mi barrio. Así fue cuando aparecieron los narcopisos. El término hace referencia a casas ocupadas ilegalmente donde se vende y se consume droga. El matiz del consumo es importante, porque dificulta la iniciación de procesos contra esos traficantes. Si de un local no deja de salir gente con droga que no tenía a la entrada, el juez lo tiene mucho más fácil. Por el contrario, si todo el mundo sale colocado pero sin que se pueda intervenir un solo gramo, la única prueba de que ese lugar es una narcocasa está en la palabra de los vecinos.

Claro, el problema no son los pisos. El problema está en sus habitantes, que generan suciedad, ruidos y peleas: este reportaje muestra en qué estado se encontraba un inmueble después de desalojar a los camellos. Y también están los clientes: robos y prostitución para pagarse las dosis, discusiones a gritos, meadas entre coches, amenazas a vecinos, etc. Multiplíquese por 33, que es el número de narcocasas contabilizadas por los vecinos solo en el barrio de San Diego, y ya está organizada. De momento ya hemos tenido una muerte que parece relacionada con esto.

Ante esta situación, los vecinos están comprensiblemente indignados y molestos. Así que han empezado a organizarse. Durante unas cuantas semanas hubo caceroladas diarias que terminaban delante o detrás de uno de los narcopisos más notables: el de la calle Puerto de la Mano de Hierro, al que más bien habría que llamar “narcoedificio” porque son tres plantas dedicadas al suministro. Pero este medio de protesta se detuvo a mediados de octubre, después de que los camellos tiraran lejía a vecinos y a policías. Después de ese incidente se ha optado por una vía más institucional: se ha hablado con la asociación de vecinos del distrito y con distintos concejales para buscar soluciones.

El tema de la droga se ha juntado con otros problemas que vive el barrio (la suciedad en las calles, que es endémica, o los pisos de prostitución) para generar un movimiento vecinal que parece bastante activo. Hace varias semanas se montó una asamblea a la que asistieron unos 200 vecinos, en la que se anunció una manifestación para quejarse de la degradación creciente. La manifestación está convocada para mañana, miércoles 15 de noviembre.

Y en todo este conflicto, yo no sé muy bien dónde situarme, porque veo peligros por todas partes. En primer lugar, rechazo el proceso que está viviendo San Diego. Están cerrando comercios, los vecinos tradicionales se están yendo y andar por la calle empieza a ser inseguro. Yo mismo he sufrido agresiones, aunque en mi caso (hombre joven y de buena envergadura) se han quedado en simples amenazas. Sí, definitivamente no quiero que mi barrio se transforme en esto.

Pero por otro lado, frente a la Escila de la degradación está la Caribdis de la gentrificación. En el barrio hay signos de que está viniendo una oleada de nuevos residentes que ya no se pueden permitir el centro pero que tienen más renta que los habitantes tradicionales: hay un Carrefour 24 horas, aparecen negocios poco habituales (gastrobares, tiendas de lanas), están abriendo también varias franquicias, el Ayuntamiento empieza a prestarnos más atención, etc. Y aunque la conversión del barrio en un narcogueto me repugna, la gentrificación tampoco es un destino que me ilusione.

Quizás contraponer ambos procesos sea inexacto. Más bien podemos decir que uno ayuda al otro. Los narcopisos y la inseguridad echan a los vecinos tradicionales y, una vez que el barrio está debilitado, se le hace un lavado de cara disfrazado de lucha contra la droga y se pone una tienda de cupcakes en cada local par y un McDonalds en cada local impar. Este proceso está más que documentado: no hay más que ver lo que pasó con el entorno de la plaza de la Luna, que en 10 años ha pasado de un extremo al otro. Así que me preocupa que la miseria sea una excusa para destruir un distrito histórico. Al fin y al cabo corre el rumor de que los 33 narcopisos identificados son propiedad de fondos de inversión y, aunque me lo creo poco, sí que es plausible que sean todos de grandes propietarios que no necesitan rentabilizarlos a corto plazo.

Hay más cuestiones que me preocupan. Otra de las razones por las que no me he apuntado al movimiento vecinal es porque me da miedo que vengan terceros a capitalizar mi esfuerzo. Hablo en primer lugar del PP y Ciudadanos, que buscan evidentemente cualquier causa para debilitar al Ayuntamiento: solo faltaría que la derecha, que ha gobernado esta ciudad durante 26 años seguidos y que ha tratado a Vallecas como si no existiera, se erigiera ahora en la abanderada del barrio. La antigua concejala del distrito por el PP ya ha salido en prensa a decir que la culpa de todo es de Carmena.

Pero hay otros que me asustan más, y son los nazis. La ultraderecha está creciendo, y Hogar Social Madrid tiene una fuerza importante en la ciudad, hecha a base de una labor social que se usa como ariete para abrir una brecha en la que colar propaganda. Y claro, los camellos que están provocando el problema son extranjeros o gitanos. Un momento perfecto para que vengan los nazis a reclamar Vallecas. Quiero pensar que ambos peligros –el PP y los nazis– son ilusiones mías y que Vallecas sabrá resistir, pero no las tengo todas conmigo (1). Especialmente por lo que voy a decir a continuación.

Otro flanco que me da miedo son, paradójicamente, mis propios vecinos. Me explico: Vallecas ha sido siempre un lugar de inmigración, primero española y luego extranjera. En el barrio de San Diego hay un 25% de población inmigrante (2). Entonces, ¿por qué la asamblea vecinal a la que asistí el otro día estaba copada por ancianos españoles? ¿Por qué el único extranjero que tomó la palabra lo hizo principalmente para distanciarse de los inmigrantes que vienen a delinquir? ¿Por qué me tuve que tragar dos arengas racistas precedidas por el consabido “yo-no-soy-racista-pero”?

No estoy criticando tanto las opiniones de gente mayor que no ha tenido oportunidad de formarse como una pauta más general. Hablo de guetos, de que se considere que la población “real” del barrio son los ancianos blancos que llevan toda su vida ahí y nadie más. Y ojo, que a lo mejor esos ancianos son tan inmigrantes como los jóvenes latinos pero llegaron hace 50 años de Extremadura en vez de hace 10 de Perú. Si no se integra a la nueva población (¡un 25%!) en la defensa del barrio, mal vamos. Y claro, como siempre esto es un círculo vicioso: si las reuniones están formadas solo por blancos y solo toman la palabra blancos, quienes no lo sean se irán alejando cada vez más. La aparición de movimientos racistas irá siendo cada vez más fácil. 

En realidad esto es consecuencia de tratar un problema de muy hondo calado como si fuera una simple cuestión de seguridad. La existencia de mafias de extranjeros que venden droga (mayoritariamente a españoles blancos, ojo, que siempre se nos olvida esta parte de la ecuación) es un problema complejísimo, que mezcla falta de integración, choques culturales, necesidad económica y desesperación vital. No se va a resolver de la noche a la mañana, y menos con represión. Pero la represión es el enfoque más fácil y obvio, y por eso comprendo también la respuesta de unos vecinos que ven cómo su barrio se degrada a ojos vista. Nadie quiere volver a la heroína por las calles, y hacia allí que vamos.

Por eso entiendo la propuesta, que parece que está en estudio, de poner cámaras en el barrio. De eso se trató en la asamblea, y se dijo que reiteradamente los vecinos han rechazado esta medida alegando su derecho a la intimidad. Dicho rechazo se tildó de “demagogia”. Eso significa que me deberían apuntar en las filas de los demagogos porque, aunque reconozco que el derecho a la intimidad no existe por la calle, yo no quiero que todos mis movimientos sean grabados mientras camino por mi barrio. Me parece molesto y además inútil: nadie me ha explicado de qué forma la presencia de cámaras en las calles va a hacer que en los pisos deje de venderse droga. Así que no, no comparto la proposición aunque, como digo, entienda a quien la apoya.

Supongo que a corto plazo la única solución posible es dedicar más dinero al poder judicial para que los procedimientos no se eternicen. Con suerte, el problema no irá a más. Pero a largo hay que afrontar preguntas muy difíciles acerca de por qué la gente se droga y de qué  intereses hay detrás de que Vallecas sea un supermercado. Se necesita intervención social, trabajo digno, integración en el barrio y tiempo para que todas estas medidas calen. Yo, de momento, no tengo ninguna certeza: solo dudas, miedos y la esperanza de que mi barrio salga de este trago sin sufrir demasiado.





(1) Vallecas siempre ha sido un barrio ideológicamente de izquierdas. El otro día en la asamblea vecinal no hubo más que risitas despreciativas hacia el intento del PP de engancharse a esto.

(2) Es el segundo barrio con más porcentaje de población nacida fuera de España. El mayor es Pradolongo, en Usera, con 29,8% de extranjeros.


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8 comentarios:

  1. Una pregunta que yo me hago es si la gentrificación se puede evitar de alguna manera. Sospecho que no :-S

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    1. Yo no veo forma :/ Es lo que dice una amiga mía: "a la clase media nos echan del centro y entonces nos venimos a Vallecas, pero aquí somos 'los ricos', con una renta mensual 200 o 300 € más alta que la media del barrio, por lo que abren servicios para nosotros y el ciclo vuelve a empezar". Soy muy pesimista en este aspecto.

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  2. Una pena todo esto... Yo viví en San Diego entre 2002 y 2005, no estaba tan mal como cuentas ahora pero ya la zona tenía sus cosillas.

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    1. A ver, sí, la zona de San Diego nunca ha sido y nunca va a ser el Barrio de Salamanca. Pero antes era más vivible.

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  3. Los comentarios en el artículo de El Mundo sobre la muerte de una persona en el barrio son una ventana a uno de los sectores que mencionas. No hay ni un comentario que se salve.

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  4. En Barcelona sucede algo parecido en el barrio del Raval, donde los vecinos llevan 1-2 años denunciando la presencia de numerosos narcopisos. Zona muy humilde, con muchos inmigrantes y tentadora para los especuladores, por estar en pleno centro.

    En fin, ánimos y mucha suerte

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    1. Sí, cuando hablé de este tema en Twitter varias personas me comentaron el paralelismo con el Raval. Vaya mierda :/

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