A veces parece que la vida conspira
contra ti. Me he tirado meses con la entrada sobre la familia en la
recámara de “pendientes”. Al fin la escribo, la publico… y, a los pocos días,
aparece en prensa un texto que habría valido perfectamente para ilustrar la forma de pensar que denuncio en ella. Me
refiero, claro está, a la entrevista al juez Emilio Calatayud que se ha
publicado recientemente en El Mundo.
Para quien necesite antecedentes,
Calatayud es uno de los primeros jueces de Menores que hubo en España. Los Juzgados
de Menores se encargan de juzgar a las personas de entre 13 y 17 años que
cometen delitos. Normalmente estos delincuentes tienen un perfil muy específico:
están en proceso de formación ética y juegan con los límites legales, pero no son especialmente difícil de rehabilitar. De hecho, la mayoría de delincuentes juveniles dejan esta clase de vida cuando llegan a la edad adulta. Sin embargo, un castigo demasiado invasivo puede cargarse esta tendencia. Calatayud se
hizo famoso poniendo sentencias que buscaban de verdad la reinserción: condena
a los menores a hacer un tebeo sobre su delito, a estudiar, a estar alejados de elementos que considera criminógenos, etc.
No tengo nada que objetar a esa
trayectoria: me parece genial tener una cabeza visible que hable a favor de la rehabilitación de delincuentes menores de edad. Si ha conseguido que un solo menor se aparte de un camino que le
llevaría al ciclo de delincuencia-cárcel, todo su trabajo como juez me parece
justificado. Ahora bien, el problema es que Calatayud, aprovechándose de esa
fama, se ha convertido en una especie de gurú de la educación. Mucha gente
asiente con convicción cuando aparece algún artículo suyo en prensa. Esto lo he
visto incluso con personas de izquierdas, lo cual resulta curioso porque es un
señor que huele a cerradito desde lejos.
Miremos su última entrevista, en la que
defiende la forma en la que le educaron a él, allá por los años ‘60. Como si no
hubiera llovido mucho desde entonces en técnicas educativas y pedagógicas. Es un
ejemplo maravilloso de nostalgia: lo que a los señores treintañeros les pasa
con la Cazafantasmas original, a él le sucede con las collejas de sus padres y
el “pues no comerás otra cosa hasta que no desaparezca lo que hay en la mesa”. Toda
la entrevista es un compendio de contradicciones (1), falacias (2), cuñadeces
(3), mentiras (4) y consejos más que discutibles (5), por no hablar del vídeo tecnófobo
que la acompaña (6).
Sin embargo, mi objetivo en este artículo
no es comentar la entrevista (algo que he relegado a las notas al pie) sino
preguntarme otra cosa: ¿por qué se le sigue dando voz a semejante
indocumentado? La respuesta más obvia sería “porque no es un indocumentado”. Y efectivamente,
los defensores de Calatayud siempre sacan a relucir sus 36 años como juez y sus
17.000 sentencias en procedimientos de menores. Efectivamente, son muchos años y mucho trabajo que le acreditan como
experto… en Derecho penal y procesal de menores.
El problema es que su señoría, cuando le entrevistan
en prensa o cuando le invitan a conferencias, no habla acerca de derecho de
menores. Ése es un tema demasiado técnico. Prefiere hablar de otros campos del
conocimiento, sin duda cercanos al Derecho penal pero que no tienen mucho que ver
con éste: pedagogía, psicología, sociología... Temas de los cuales no sabe
demasiado, porque haber tratado con muchos menores no te convierte en pedagogo.
Y así, su discurso se convierte en una amalgama de lugares comunes bastante
manidos que, eso sí, sirve para que todos los cuñados de este país asientan con
la cabeza y digan “éste sí que sabe”.
Digámoslo claro: un juez no es más que un
señor que se ha sacado una oposición
complicada. No tiene por qué ser buena persona, no tiene por qué ser
inteligente, ético o justo ni tiene por qué saber de ningún tema más allá de los que caían
en el examen. Si luego, en su tiempo libre, decide formarse en otras materias,
pues miel sobre hojuelas. Pero es improbable que sus opiniones en dichas
materias sean nunca dignas de tenerse en cuenta.
Este post no va sólo por Emilio
Calatayud. Tenemos una cierta tendencia a sacralizar las decisiones y opiniones
de los jueces. “Esto es así, lo ha dicho un juez”, “pues no es eso lo que dice
el Tribunal Constitucional”, “el TEDH afirma lo contrario de lo que tú dices”. Por
supuesto esta tendencia se magnifica cuando la decisión judicial va a nuestro
favor o apoya nuestra causa, pero yo diría que tiene una existencia autónoma. La
judicatura es una carrera prestigiosa y, para cierta gente, todo lo que diga
uno de sus integrantes va a misa.
El problema es que no es así. Una
sentencia será respetable en tanto en cuanto esté bien argumentada y emplee correctamente
los conceptos jurídicos que maneja. Y estos requisitos no siempre están
presentes. A veces, como en el caso de las tasas judiciales, la
argumentación cambia a la mitad de la sentencia por oportunismo. Otras es
simple estupidez, desconocimiento o prisa por parte del tribunal. En todo caso,
la conclusión es la misma: las decisiones judiciales y las opiniones de los
jueces son tan criticables como cualquiera.
Así pues, no, no me voy a convencer de
una cosa por mucho que la diga un juez. He conocido a demasiados jueces
idiotas y he leído demasiadas sentencias que parecían puestas con el culo como
para tenerle esa clase de respeto sagrado a la profesión. La triste verdad es
que los jueces no son dioses: pueden ser tan cuñados como cualquiera y sus
decisiones son criticables. Y de esto es un buen ejemplo el señor Calatayud.
(1) Como en la primera pregunta, donde dice
que una colleja no es maltrato pero que él juzga (y, por el tono, condena) a
los hijos que se la propinan a los padres. O la segunda, donde menciona que
Zapatero les quitó la autoridad a los progenitores y acto seguido cita el artículo 155 CC.
(2) La pendiente resbaladiza de “se
empieza pegando a los padres y se acaba agrediendo al presidente del Gobierno”.
(3) “Yo, a esos padres que fomentan que
sus hijos no vayan a estudiar, les quitaba el PER, la ayuda familiar y el vivir
del cuento. Si tú no cumples con tu obligación, que es llevar a tu hijo al
colegio, por qué va a cumplir la sociedad contigo”. Pues a lo mejor porque retirar
todas esas ayudas hace que el menor acabe en una situación peor de la que
empezó. Digo yo que se podrá sancionar a los progenitores sin cargarse el
ambiente familiar del menor, ¿no?
(4) Cuando dice que para tener un hijo
delincuente la receta incluye “no darle ninguna educación espiritual”, por
ejemplo.
(5) La idea de que hay que vulnerar la
intimidad de la prole, así, sin mas, sin causa que lo justifique, sólo para ver
qué encuentras. Con lo único que hay que tener cuidado es con “que no nos
pillen”. No dice lo que pasa con la confianza paternofilial cuando, de forma
indefectible, el adolescente pilla a su progenitor hurgando en sus cosas.
(6) Dice que el móvil es una droga, una
herramienta para cometer delitos y un medio para ser víctima de delitos. Lo primero
es una tontería, las otras dos cosas son ciertas y en todo caso se están
obviando las múltiples facetas positivas del invento.
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Dice que le pegaban cada día y no tiene secuelas... Disiento.
ResponderEliminar¿Llega a decir que le pegaban cada día? A mí la impresión que me dio es la que ya refleja por mí el Anónimo de abajo xD
EliminarLe pegaban y ahora es uno de estos carcas amargados que defiende la hostia a tiempo porque si no sería reconocer que su infancia fue una mierda llena de maltrato para nada. Tuvo que tragar mierda y quiere que los niños de ahora también la traguen para que no les vaya mejor que a él.
ResponderEliminarEsa dinámica pasa más a menudo de lo que queremos reconocer: con los hijos a los que les dieron "la hostia a tiempo" y ahora son padres, con los frikis a los que acosaron en el colegio y ahora ven que todo el mundo accede a sus aficiones, con los miembros de alto rango de una jerarquía que se tuvieron que comer novatadas humillantes...
EliminarEl catecismo judicial,hecho a medida de los que detentan el poder Oligarcas,iglesia ;)
ResponderEliminarPues como siempre ;)
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