Dentro
del debate sobre el aborto se pueden identificar tres posiciones:
-Fuerzapartos
hardcore: consideran que el aborto es
el mal absoluto, normalmente por razones religiosas (aunque las vistan de seda)
o porque son accionistas de fábricas de perchas. Por ello, apoyan una
legislación prohibicionista, que “proteja la vida desde la concepción”, es
decir, que impida el aborto en todos los supuestos.
-Fuerzapartos
moderados: consideran que el aborto es un mal, pero puede justificarse en
atención a cierta ponderación de bienes. Sí, matar fetos no mola, pero hay
ciertos casos donde bueno, vale, venga, si no hay más remedio… Por ello, apoyan
una ley de supuestos.
-Proelección:
consideramos que el aborto entra dentro de la esfera de la libertad de la
gestante, que debe decidir si lo considera un mal o un bien, al menos hasta
cierto momento, avanzada la concepción, en el que se puede considerar que ya ha
tenido bastante tiempo para pensárselo y no procede permitirle destruir un feto
tan maduro. Por ello, apoyamos una ley de plazos.
Los
fuerzapartos suelen acusarnos en este debate de no tener ninguna consideración
hacia el feto. Eso es mentira. Sí, yo he dicho en alguna ocasión que no
considero que el embrión esté dentro del círculo de la moralidad, por lo que no
creo que se le deban conceder derechos. Pero ello no implica desconocer que la
vida en formación es un bien jurídico, que el Derecho debe tener en cuenta. El
feto no es un sujeto de derechos pero, dado que de él se puede derivar alguien
que sí lo sea, su subsistencia es un bien jurídico relevante.
Este
bien jurídico se contrapone, en principio, a la libertad de la gestante. Sin embargo,
los proelección sostenemos que el conflicto se soluciona siempre a favor de la
segunda. ¿Por qué? La razón tiene que ver con la dignidad humana. La dignidad
es un concepto muy importante en la teoría de los derechos humanos: es, nada
menos, el armazón sobre el que se asienta todo el edificio conceptual. Si los
seres humanos tenemos derechos fundamentales es porque éstos se derivan de una
premisa básica: como somos seres dotados de dignidad, hay que tratar a las
personas como personas y no como instrumentos.
Pues
bien: obligar a una mujer a gestar contra su voluntad, sea cual sea el interés
que se pretende proteger con ello, es convertirla en un instrumento, en una
incubadora humana, sin ninguna capacidad de decisión sobre lo que pasa dentro
de las fronteras de su piel. La vida en formación será un bien jurídico importante,
pero para defenderla no se puede anular la capacidad de decisión de la mujer
que porta esa vida, que es una persona dotada de dignidad. Tampoco se puede
someter esa voluntad a supuestos: ¿es que acaso una mujer tiene menos dignidad
cuando se le ha roto el condón que cuando ha sido violada o peligra su salud o
la del feto? ¿Por qué arbitrarias razones decide el legislador que en unos
casos tenemos en cuenta su opinión y en otros no?
Hagamos
un experimento mental. Supongamos que una mujer despierta un día y descubre que
le han implantado un feto mediante procedimientos quirúrgicos. Se le informa de
que ha sido seleccionada para llevar el embarazo a término: tendrá que lidiar
con el dolor, la pesadez, los mareos, las contracciones y el parto. ¿Habrá
alguien que diga que esa mujer no tiene derecho a extirparse ese cuerpo extraño
aunque esto suponga la muerte del mismo? Claro que no, todos entendemos la
vejación que es cargar a alguien con un embarazo que no quiere soportar. ¿Y por
qué las cosas cambian cuando es la madre quien aporta material genético a ese
feto?
Demos
un paso más. Hemos negado que el feto sea sujeto de derechos, pero en realidad importa
poco si lo es o no. En el experimento anterior, supongamos que lo que se
injerta a la madre no es un feto, sino un aparato que emite la señal que
mantiene en funcionamiento la máquina de soporte vital de un anciano. El aparato
provoca los mismos problemas de salud que un embarazo y va seguido también de
un parto. Si se extirpa, se apaga y el anciano muere. ¿De verdad habría alguien
le negaría a la mujer el derecho a decidir si se extirpa o no el aparato, por
mucho que implicara la muerte de un ser vivo, nacido, con derechos? De nuevo, claro
que no: para mantener vivo a un humano no se puede violentar la dignidad de
otro.
Sin
embargo, parece que en el tema del aborto sí se puede. Lo que en casos normales
no se discutiría aquí es tema de debate nacional. Está en el Gobierno un partido
político que cree que es lícito vulnerar la dignidad humana para proteger
bienes jurídicos, y eso se nota. Mañana se aprueba en Consejo de Ministros el
proyecto de reforma de la Ley del Aborto, que volverá al sistema de supuestos
pero restringido. En febrero empezará la tramitación parlamentaria, y en unos
pocos meses, gracias al rodillo parlamentario de la mayoría absoluta, será ley.
Por
ello os animo a que hoy por la tarde, a las 19:00, acudáis a la manifestación
contra la contrarreforma del aborto que se celebrará en vuestra localidad. Es una
cuestión de dignidad.
Si ya lo decía Platón... las mujeres no tenemos un alma racional, somos meros úteros insaciables que los hombres deben gobernar.
ResponderEliminarMe da tanto asco lo de Platón que no sé ni qué contestarte. Misoginia a lo largo de la Historia, yeah.
EliminarPlatón dijo justo lo contrario, Sara y Vimes. De hecho, instaba a todas las mujeres a razonar todo lo que pudiesen.
EliminarMuy buena reflexión, no se puede explicar mejor.
ResponderEliminarGracias :)
EliminarQué panfleto disparatado de principio a final
ResponderEliminar¡Gracias! Los comentarios de anónimos tan ofendidos que no son capaces ni de pensar en una argumentación pseudoracional para desmontar mi texto me ayudan mucho.
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